Diario de Mallorca

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No sólo es el adefesio de Congresos con hotel de la mano que falsea la entrada a Ciutat desde la autopista. Estaba antes el aeropuerto de Castellón, completo y hasta con estatua de Fabra, su faraón, pero sin aviones que echarse a las pistas. Ahora salta la noticia del pabellón Reyno de Navarra, el recinto multiusos sin uso alguno que han levantado en Pamplona porque sí, porque hace siete años, cuando se aprobó su construcción, cundía la idea de que la mejor manera de salir de la crisis económica incipiente era el levantar mamotretos carísimos aunque no sirviesen de nada. Luego se ha visto que en realidad sí que servían de mucho; de entrada servían para llenar bolsillos insaciables y más tarde para dar trabajo a los jueces, único gremio laboral que no sólo no anda en paro sino que ha de retrasar la jubilación para poder hacerse cargo de las tareas pendientes. Como todos los disparates tienen un nombre, el que daba cobertura administrativa a la costumbre de levantar palacios inservibles se llamó Plan E, no recuerdo sin con tilde encima para resaltar la españolidad de la cosa, y fue una ocurrencia más del inefable presidente Zapatero, quizá el mejor ejemplo en sí mismo de cómo poner en marcha algo en apariencia enorme y nulo valor.

Con las nuevas pirámides existe un problema doble y una solución singular. El primer problema es el del empecinamiento en terminar lo que no habrá de servir de nada. El segundo aparece en cuanto la pirámide se remata con la punta final: y ahora, ¿qué hacemos? El pabellón de Pamplona y el aeropuerto de Castellón están en esa fase del problema derivado; el palacio (¿) de Congresos de Palma aún en la primera. Pero en todos los casos se aplica la misma solución para el auténtico problema, que es el de pagar las construcciones faraónicas inservibles incluso como tumba, de no ser política: se pagan con pólvora del rey. Se recurre a los fondos públicos y, de ser necesario, se aumentan éstos cerrando escuelas y hospitales o dejándolos inservibles también. Los faraones aquellos que levantaban las pirámides de verdad recurrían al mismo sistema pero sin disimulo: el del trabajo de los esclavos. Hoy no queda fino llamarlo así y se recurre a todo tipo de ingeniería financiera para justificar mecanismos como el de la quiebra de Grecia o la deuda de España. Sería cosa de pedirle a algún estudiante espabilado de MBA, esa maestría de negocios y administración que es la única saneada, que hiciese su tesis doctoral en el cálculo de lo que nos han costado las pirámides contemporáneas y lo que nos siguen costando. Más que nada porque aún cabe acordarse de los ministros de Hacienda riñéndonos porque, según ellos, los culpables de la crisis económica somos nosotros por vivir por encima de nuestras posibilidades. Por tener un aeropuerto desocupado en el vestíbulo, un pabellón inservible en la cocina y un palacio de congresos a medio hacer en el salón. Si es por mí, que tiren abajo el mío. No sólo saldremos ganando todos sino que ganaremos encima un poco de sitio para poner, qué sé yo, un armario de cordura.

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