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Antonio Papell

Ni de derechas ni de izquierdas

El régimen anterior, que bebía de fuentes fascistas, abominaba del sistema de partidos que supuestamente había de producir fracturas y divisiones entre españoles y proponía un utópico corporativismo estamental la famosa "democracia orgánica" protagonizado por el partido único el "movimiento nacional" en el que las ideologías habían de quedar sublimadas. El franquismo alardeaba de no ser ni de derechas ni de izquierdas, en línea con la doctrina de la Falange, que pretendía superar la lucha de clases mediante el sindicato vertical. La propiedad de los medios de producción se sindicalizaría y se administraría de forma autogestionaria. José Antonio Primo de Rivera teorizó su propio modelo a partir del fascio italiano, y Franco lo introdujo en su pobre bagaje autoritario, aunque a partir de la derrota del Eje los elementos ideológicamente más punzantes del totalitarismo fueron cuidadosamente archivados y ocultados.

Ésta es la razón por la que quienes vivimos la etapa agónica del franquismo nos estremecemos cuando escuchamos que hoy en día unos jóvenes revolucionarios en sentido intelectual y por tanto pacífico tampoco son hoy ni de derechas ni de izquierdas. Y recordamos un artículo muy certero que el notario Juan-José López Burniol publicó en diciembre pasado, en el que, con gran sencillez, parangonaba los terribles ecos europeos de la gran depresión de 1929 con los tiempos actuales, en que la Unión Europea sale también de una conmocionante doble recesión.

En los primeros años treinta escribe López Burniol, caracterizados por "una bolsa enloquecida, bancos insolventes, empresas quebradas, paro rampante y recesión profunda llevaron a amplios sectores de la población europea clases medias y populares a la pobreza primero y a la desesperación después. Y tanta fueron una y otra que su salida natural fue aceptar y hacer suyos los mensajes de salvación totalitaria que les brindaron dos doctrinas tan divergentes en el continente como semejantes en lo esencial: el fascismo y el comunismo". Y recordaba el autor una inquietante definición de fascismo que escuchó en su juventud: "el fascismo no es más que clases medias cabreadas". No hace falta decir que el cabreo de aquellas clases medias desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Ahora nos encontramos en la etapa final de una crisis igualmente muy seria, que ha durado cinco años, ha supuesto para algunos países España, Grecia más de una década perdida en términos de desarrollo, y ha representado para las clases medias una grave proletarización causada por las pérdidas irreparables en materia de servicios sociales, salarios y estado de bienestar. Además, el crecimiento de la desigualdad es crónico, y no sólo en España, lo que ha conducido a una situación crispada y explosiva en al que también campan por sus respetos las "clases medias cabreadas".

La irritación de la sociedad, que ha visto el fracaso de las grandes formaciones políticas en la gestión de la crisis y está sufriendo las consecuencias de la quiebra del sistema, es bien evidente aquí tuvimos el potente movimiento de los indignados, y resulta imposible no encontrar un parangón con aquel precedente. También ahora se repudia el viejo modelo y se asegura que las opciones de futuro no son "ni de derechas ni de izquierdas". Llegados a este punto, tenemos que encontrar un punto de sosiego para pensar y recapitular. Porque el futuro debe pasar por devolver a las clases medias la instalación y las expectativas, y no por dar pábulo a experimentos sin contrastar que nos conduzcan a sospechosos paraísos igualitarios situados extramuros del sistema democrático.

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