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Castigos papales y vacantes de obispo

La intervención directa de Francisco y los interrogantes de la CEE

El mundillo de las quinielas episcopales se ha agitado de repente en España. A la gran vacante de Barcelona (un nombramiento que podría resucitar las ramas que quedan del taranconismo), se ha sumado la urgente renuncia del arzobispo de Zaragoza, Ureña, y se barrunta también un final abrupto para el titular de Granada, Javier Martínez. En estos dos casos ha intervenido de manera particular el Papa Francisco, por supuestos asuntos indeseables de sexo en la clerecía que están siendo investigados (por lo penal y lo canónico), y que todavía pueden dar sorpresas o girar inesperadamente, según algunas fuentes.

Como ya se ha dicho aquí, la implicación directa de Francisco en el caso granadino desencadenó tres consecuencias, pero también ha surgido una cuarta que, a la postre, ha provocado dicho fervor de cálculos quinielísticos. La secuencia fue la siguiente: el Papa telefonea dos veces al joven que le escribe relatando abusos, con lo que el público en general aplaude las llamadas (algunos las deploran). Segundo, los telefonazos papales evidencian que está encima de los hechos más desagradables de la historia de la Iglesia y que es un hombre ejecutivo. Tercero, el arzobispo de Granada tiembla.

Pero la cuarta derivada es que los obispos españoles, que estaban reunidos en sesión plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE) durante los días de mayor agitación del mitrado granadino, formaban corrillos y se preguntaban qué podría ser de cada uno de ellos si en su respectiva diócesis estallara un caso similar. Visto por un lado, probablemente ninguno de ellos perderá un minuto en discernimientos estériles, pero la posibilidad de cometer un solo error y que el sucesor de Pedro levante el teléfono es algo que les inquieta.

Además, desde el pasado 5 de noviembre, con su publicación en "L´Osservatore Romano", existen nuevas disposiciones sobre la renuncia de los obispos. Una de ellas dice que el Papa, "en algunas circunstancias particulares" puede "considerar necesario pedir" al mitrado que "presente la renuncia al oficio pastoral, tras haberle dado a conocer los motivos de tal petición y escuchar atentamente sus razones, en diálogo fraterno".

La novedad de este procedimiento consiste en que será mayor -pese a que nunca fue pequeña- la discrecionalidad del Papa para decidir cuáles son esas indefinidas "circunstancias particulares". Hasta le fecha, cuando la Santa Sede consideraba que un obispo debía renunciar y éste se resistía, le nombraba un obispo coadjutor con derecho a sucesión, pero que quedaba a la espera de lo que sucediera con el mitrado residencial. Ahora, se introduce una nueva fase, un cara a cara ("diálogo fraterno", en lenguaje espiritual), entre el Papa y el obispo, al que sin duda el sucesor de Pedro le recordará que tiene obligación de obedecerle y, si no, que Dios se lo demande.

Ese es el contexto canónico, y los sucesos de Zaragoza o Granada están siendo los primeros bancos de prueba. A los obispos de la CEE les ha impactado especialmente la renuncia de Ureña, un hombre sobre el que desde hace tiempo se decía que estaba enfermo (pese a su saludable aspecto físico). Y en efecto, la Santa Sede aceptó su renuncia por motivos de enfermedad. Sin embargo, a los poco días se desvelaba que un caso espinoso se había introducido en el proceso. El suceso en sí es todavía oscuro, y versa sobre un diácono que no iba a ser ordenado sacerdote, o bien por informes negativos, o bien por una especie de persecución, incluso carnal, a manos de un cura (que ha denunciado al diácono ante el juez por calumnias). En todo caso, dicho diácono recibe una compensación económica del arzobispo. Insistimos en que nos faltan datos y, además, ayuda poco la información que suministra la Santa Sede, precisamente por ese grado de discrecionalidad e indefinición. Por otra parte, Ureña ha sido un obispo respetado y este final desencaja a sus homólogos.

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