La imagen publicada el pasado sábado en estas mismas páginas del profesor Jaume Sastre en sa Casa Llarga, donde residía durante su huelga de hambre, flanqueado por un expresident del Govern de la comunidad autónoma, Cristòfol Soler, y por un expresident del Parlament y del Partido Popular y exvicepresidente del Govern, Joan Huguet, por significativa, requiere ser analizada con detenimiento, especialmente ahora, cuando, en función del estado de salud del huelguista, la comisión designada al efecto ha suspendido su coqueteo con la muerte.

La puesta en escena es sobria. Al fondo se perfila un austero motivo floral y un póster alusivo a la Diada de la llengua. Se sientan en humildes sillas de plástico Sastre y Huguet mientras Soler se repantiga en un sillón de apariencia rústica. Sastre viste camisa a cuadros de currante, de manga corta. Huguet y Soler camisas azules de manga larga remangadas con dos dobleces, más acordes a su condición social; tachonada de moderneces contenidas, desabrochados dos botones, en el caso de Huguet, como corresponde a su estilo, controladamente desenfadado; desabrochado de sólo un botón Soler, clerical. Sastre, ambos brazos sobre el regazo, mira directamente al objetivo, como Soler, mientras Huguet, hipermétrope, adrenalínico, mira más allá. La pose de Sastre es condescendiente y severa a la vez, está revestida de la humilde autoridad de quien se siente en el centro de la atención de sus fieles, después de haber animado a no desfallecer a los que en Barcelona el día anterior se habían manifestado en defensa de la escuela en catalán. Sólo se echaba en falta la mano alzada iniciando una bendición, caricatura degradada del papa Breton, el de los Manifiestos surrealistas, el del disparo a matar con revólver, al azar. Pero es el mismo hombre que, en publicaciones pretéritas, insultaba, vejaba y amenazaba a otros escritores y poetas mallorquines. Pecadillos de juventud, como el "barco de rejilla" para los peninsulares.

Pero la mistificación estaba bien montada. Si uno inicia una huelga de hambre es para doblegar al poder o morir. Cualquiera de estas dos alternativas es una victoria para el huelguista y sus acólitos. La muerte del huelguista es un puñal clavado en el corazón del poder. Abandonar la huelga por motivo de salud significa la derrota del chantajista. Con estas premisas se ha jugado de forma malignamente diabólica, pidiendo a Bauzá que no cediera, para constatar, muriendo Sastre, lo cabrón que es Bauzá; al mismo tiempo que se gestionaba el abandono a las primeras muestras de perjuicio irreversible para la salud. No es la lucha colectiva por una educación mejor. Es la combinación de una egolatría psicopática con una capacidad de odio que solamente se encuentra entre los fanáticos. Que es incapaz de construir nada, pero que consigue sembrar en el aire que respiramos dosis nocivas de odio, de intolerancia y de resentimiento.

La huelga tenía como objetivo forzar a Bauzá a negociar directamente con la asamblea de docentes toda la cuestión de la aplicación del TIL. Era un pulso que pretendía quebrar la postura del presidente de Balears elegido democráticamente. No es sorprendente que una amplia corte de ciudadanos seducidos por el fanatismo se solidarice con quienes dan muestras radicales de creencias absolutas; aunque sea en contra de las más elementales reglas de convivencia que auspicia la vida en democracia. Se vuelve a sentir el atractivo del abismo, del vivir peligrosamente, del cual, por lo visto, la historia no nos ha vacunado. Pero que lo hagan dos personas como Huguet y Soler, que han tenido las más altas representaciones institucionales, evidenciando una total deslealtad con el presidente de su partido y de la comunidad autónoma, requiere una explicación.

Huguet se debe haber sentido obligado a ello, pues ha pergeñado, cuatro días más tarde, un intento de justificación, patético, en estas mismas páginas. Que acudió a sa Casa Llarga a abrazar al amigo, a la persona, no al personaje. Persona entrañable, personaje sacerdotal del odio; otro doctor Jeckill y Mr. Hyde. Que le requirió que abandonase la huelga. La retórica es buena cuando ayuda a entender al mundo; es deleznable cuando intenta confundirnos. Es imposible que ni Huguet ni Soler no fueran conscientes que se prestaban gustosos a una operación de sumar sus brazos al de Sastre para ganar el pulso a Bauzá. Tan necios no son. Plenamente conscientes. Su motivación no era solidarizarse con el amigo. Tengo que confesar uno de mis muchos defectos: nunca he estado dispuesto a trabar amistad con ningún fanático. Cómo somos lo define más lo que hacemos o dejamos de hacer que lo que decimos; y nos define por tanto bastante quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.

No, la explicación más sencilla suele ser la más acertada „la navaja de Ockam„. Soler y Huguet forman parte de los dirigentes históricos del partido popular que, obviando sus principios ideológicos, propiciaron la legislación que ha conducido a los excesos lingüísticos. Para ello era necesario que se dieran dos circunstancias simultáneas o alternativas. Una de ellas es que fueran unos dirigentes solamente concernidos por el disfrute del poder con los mínimos inconvenientes posibles. O que, en realidad, en vez de nacionalistas españoles „de lo que son acusados los militantes del PP„, fueran nacionalistas de no se sabe qué nación, si Balears, si Mallorca, Menorca, si Països Catalans, que, bajo el paraguas del supuesto nacionalismo español que les daba los votos y el poder, trabajaban en realidad para sus adversarios. Total y absoluto respeto se debe a quienes defienden política y democráticamente sus ideas, sean nacionalistas o no. Menos respeto merecen los que defraudan el mandato de quienes les han dado su voto. De otro visitante ilustre a sa Casa Llarga, Antich, ya sabíamos de su filonacionalismo. De Soler y Huguet, constatamos algo que ya intuíamos y que explica en parte la degradación de la vida pública: el desempeño de las más altas responsabilidades institucionales no garantiza la asunción plena de sus servidumbres: el sentido de la dignidad, del respeto institucional, el cultivo de la ejemplaridad. Soler y Huguet han sido apartados por Bauzá. Uno del poder político. El otro, de un chollo muy bien remunerado en la administración autonómica. Y sudan resentimiento por todos los poros de su piel herida. Por eso se han prestado a una ignominiosa maniobra de propaganda. Los expertos en márketing son Sastre, Santandreu, Majoral y compañía. Ellos son sólo unos resentidos desleales. O unos tontos de capirote.