Leo con creciente interés el texto ensayístico más sugestivo en muchos años, inundados de vulgaridad creciente, y titulado Pensar el siglo XXI¸ del británico/ norteamericano Tony Judt, con la colaboración de Timothy Snyder, editado por Taurus, De necesaria lectura precisamente para pensar no el pasado siglo, que también, sino este nuestro tan en claroscuro porque se nos han caído los palos del sombrajo. Nos hemos quedado sin paradigmas sobre los que construir el futuro inmediato. Y así nos va, sumergidos en el submarino ciego de la improvisación y camino, parece, de algún poste de gasolina histórica donde repostar. Que no se vislumbra por parte alguna. Siria al fondo como síntoma.

En un momento dado, escribe Judt: "Ha llegado el momento de escribir de algo más que las cosas que uno entiende; es más importante, si no más, escribir sobre las cosas que a uno le importan" (pág. 315), de suyo es un recurso dialéctico para escapar a la monotonía de la repetición, que radica en optar entre la herencia liberal y la marxista, puede que en búsqueda de eso que llamamos socialdemocracia, toda vez que el socialismo en cuanto tal parece carecer de lugar social y por supuesto político y económico. Digo parece porque la presión mediática que imponen los grandes lobbies internacionales de todo tipo, tal vez oculte un necesario resurgimiento de este factor permanente que es el intento de instaurar una justicia distributiva que, en el colmo de la paradoja, coincide casi al pie de la letra con la doctrina social de la Iglesia. Con perdón de los recalcitrantes de uno y de otro sector. Pero en fin, estas últimas letras son mera hipótesis intelectual, dada la inclemencia para reflexionar sobre eso que he llamado en el título pensar en el siglo XXI, siguiendo la dinámica de Judt y Snyder.

Pero hemos dejado de lado lo que de verdad me interesa en este texto: o saltamos de lo que entendemos a los que nos importa o estamos condenados a la monotonía intelectual más fracasada y carente de futuro. Porque lo que ya entendemos seguramente ya lo hemos puesto en práctica, y por eso mismo seguimos entendiéndolo. Es decir, lo que ya entendemos nos hace permanecer en una especie de realidad inventada que se nos muestra incapaz de abrirle caminos al presente mediante riesgos tan inquietantes como posibilitas. Repetimos, se trata de saltarse lo entendido a lo importante, a lo que nos preocupa, a lo que es objeto de nuestra utopía, al universo de los deseos, los únicos que mueven nuestras vidas más allá de lo evidente. Ese terreno desconocido pero intuido por los síntomas que se escapan entre las hendiduras del siempre peligroso presente, tan monótono, tan organizado, tan cruel, tan vulgar, tan incapaz de crear algo diferente que nos saque del atolladero.

Porque los males del siglo XX nunca serán creativos de un XXI mejor en aspecto alguno. Esta pulsión tan conservadora de reformar lo fracasado y peligroso, solamente conduce a una crisis mucho mayor y a una repetición de palabras que ya no sirven para nada. Entre otras, esa palabra demoniaca que es revisar, tras la cual siempre sobreviene el demonio del poder de los fuertes. Revisar para seguir igual, un tanto en la línea del cínico Lampedusa y no menos de Maquiavelo practicada a la perfección por ese político del todo peligroso que sigue siendo Kissinger.

Pues si se hace necesario dedicarnos a lo que nos importa de verdad, casi a nuestros mismos sueños utópicos, entonces no podemos evidenciar entrar por caminos de riesgo puro y duro porque lo que nos interesa o, con la palabra exacta de Judt, lo que nos importa, necesariamente chocarán con lo establecido, según lo que se organiza establemente, si bien injustamente, la sociedad y todo lo demás. Lo que nos importa nos moviliza, y lo que nos moviliza con toda seguridad produce inquietud en los biempensantes de turno, que desean permanecer en lo previamente entendido. Una vez más, el pensamiento es un arma de triple filo porque es lo única forma de desmontar lo ya entendido y abrirnos a lo por venir con instrumentos innovadores y no meramente renovadores. Pensar es caminar hacia adelante, sobre el filo de una navaja afiladísima, la navaja de la invención, de lo todavía no entendido pero asumido como necesario. Tal hicieron los ilustrados en su momento, pero cometieron el error de no ser capaces de seguir pensándose, de cambiarse a sí mismos. Y acabaron en los ismos totalitarios.

Deberían crearse escuelas de lo que importa, ámbitos de alternativa creativa reflexionada si bien no del todo entendida ni inteligible. Socráticamente hablando, ámbitos de diálogo utópico para intentar dar a luz la verdad escondida en lo arriesgado. Ámbito de absoluta libertad expresiva. De lo contrario, nunca pensaremos el siglo XXI, que está en el ahí de nuestras vidas y del que, por duro que sea, somos incapaces de escapar. Por favor, leer el libro del amigo Judt. Se necesita paciencia, pero vale la pena. El XX esconde al XXI.