Parece que la ministra González Sinde ya ha tomado partido, y parece que ese partido ha sido el anunciado: A favor de los autores y de las grandes discográficas; y uno, que es autor, no tiene nada que agradecer sino todo lo contrario. Cacareemos al son del bueno de ´El Rey del Pollo Frito´ quejándonos del enorme peligro que para la subsistencia de la música tienen Internet y sus usuarios perversos; claro que entonces nos resultará chocante que en los últimos 4 años, y en plena crisis de muerte de la música y sus alrededores, alguien como Bustamante –al que admiro porque canta muy bien– haya adquirido una casita de 500 kilos de las antiguas pesetas, o sea, de tres millones de euros. ¿Dónde está la crisis? Que me cuenten qué rama del arte o de cualquier otra actividad permite saltar del andamio a la opulencia en sólo 48 meses; que me lo cuenten, y que además se trate de una actividad en crisis que necesite de la ayuda institucional, de severas normas y de la urgencia judicial para preservar los intereses de, nunca mejor dicho, los interesados autores.

Los autores noveles, mayormente, tienen dificultades de acceso a discográficas decentes –entendiendo por decentes aquellas que permiten una difusión suficiente y eficaz de sus obras–, debiendo recurrir a colgar éstas, por ejemplo, en páginas como MySpace o habilitando su propio espacio web si los posibles dan para ello. Quiero decir que los autores, en su mayoría, viven de sus actuaciones en garitos, bares y verbenas. Sólo los autores millonarios ven decrecer algo sus sabrosísimas cuentas corrientes con la disposición de su obra en Internet.

Pero hay otra consideración: Si la cultura debe ser popular, pongámosla a disposición del personal sin límites. Si a Beethoven le hubiesen dicho que su obra podría ser escuchada, gracias a Internet, por miles de millones de personas, seguramente que le habría cambiado el humor, que tenía hosco. ¿Cuál es el problema hoy? Que muchos autores no se cansan de contar billetes y la industria no sabe cómo adaptarse a las exigencias de la nueva situación tecnológica y, me da a mí, que cambiar la Ley y el procedimiento judicial –que era bueno y de fiar– para combatir el declive de un modelo de negocio es una barbaridad vergonzosa. Porque ahora resulta que los delitos contra la propiedad intelectual se penan más que otros indiscutiblemente más graves. Que un gobierno llamado socialista tome partido por una opción descaradamente conservadora es preocupante, y especialmente descorazonador si uno se siente socialista.

Si, por ejemplo, las técnicas quirúrgicas estuvieran sometidas a una protección similar sólo podríamos operarnos de apendicitis en algunos hospitales, ya que los demás no sabrían cómo intervenir esa patología. Hay ciertos avances, y la cultura lo es, que son –filosóficamente– propiedad de la sociedad y de su época. Cualquier autor compone sus canciones gracias a que se nutre de un entorno social determinado, con unos condicionantes precisos; pues bien, no es de recibo que alegue que todo el mérito sea suyo, porque en otra sociedad y otra época sus ideas no valdrían nada. Que actúe, que trabaje y que cobre por ello como todo el mundo. Pero que no me digan que su creatividad es superior a la de un ingeniero, un médico, un informático, o un auxiliar administrativo, y que por ello su propiedad intelectual deba ser protegida de manera singular, porque el derecho a ser millonario sin hacer nada no debería ser protegido.

Internet ha venido a colocar las cosas en su sitio. Gracias a ella podemos conocer obras interesantísimas de autores que, de no ser por la Red, jamás habríamos escuchado; y gracias a ese interés hemos comprado sus discos o hemos ido a sus conciertos. Y si las cuentas excesivamente millonarias de más de uno se convierten en un poco menos millonarias, la verdad, me preocupa una higa.