Internet está trayendo importantes cambios en nuestra vida, alteraciones que se producen a pasos agigantados y que para algunos sectores son como cataclismos. Pocas agencias de viajes quedan activas; desaparecieron los vídeo-clubes y apenas se ven kioskos de prensa escrita. Las ventas a través de la red aumentan de año en año en perjuicio del comercio tradicional. Los más damnificados son los pequeños establecimientos que dan vida a las calles de nuestras ciudades y pueblos, pero que tienen, desde hace años, el viento en contra. Primero fueron las grandes superficies, con sus ofertas y precios más bajos que el tendero de la esquina.
Después llegó la liberalización de las rebajas, adoptada a escala nacional y teóricamente para beneficiar al consumidor.
Las tiendas modestas hacían caja con las rebajas de invierno y verano. Ese tiempo pasó: ahora durante todo el año se lanzan ofertas y los descuentos reinan en el e-comercio.
Formamos parte de la Unión Europea, creada para romper las trabas a la libre circulación de productos. Es inútil luchar contra ese liberalismo, aunque las pequeñas y medianas empresas del sector comercial planteen, de forma sensata, la vuelta a las rebajas reguladas.
Corremos el riesgo de que tiendas de toda la vida desaparezcan, que las grandes franquicias se queden con todo el negocio en vivo y que Amazon domine el mercado, pero es el espíritu de los tiempos actuales.