Los mayores de la Llar d'Ancians de Palma solo quieren "salud". Vivir otras fiestas navideñas en su casa de la calle General Riera es "el mejor regalo". Se sienten queridos, respetados y acompañados. Octogenarios y hasta centenarios no desean otra cosa que "seguir igual de bien". No padecer el sufrimiento físico es todo para ellos, en esa etapa en la que el cuerpo no deja de pasar factura. El bienestar del espíritu lo alimentan cada día con "el buen trato" y cuidados de los profesionales, las terapias, los amigos, la familia que les queda a algunos, los recuerdos y las tradiciones que se mantienen, como la visita de los Reyes Magosvisita de los Reyes Magos, en su nuevo hogar que depende del Institut Mallorquín d'Afers Socials (IMAS) del Consell de Mallorca.

Catalina Solivellas Moyá tiene 80 años y explotó en llanto la semana de Navidad. Vive en la residencia desde hace trece meses porque tras la muerte de su marido y su único hermano se quedó sola. El psicólogo le explicó que "es muy normal su ataque de angustia" y logró tranquilizarla. Ahora respira aliviada, "la verdad es que aquí me tratan de maravilla", sonríe la mujer que lamenta el dolor en una rodilla que pronto "tendrán que operar". No tiene ninguna queja sobre cómo han celebrado las fiestas, muy por el contrario, Solivellas afirma que "el menú ha sido impecable, ni en mi casa lo tuvimos tan bueno". Sentada en el salón de la Llar se traslada con sus recuerdos a otros tiempos, cuando vivía en su "bonito piso" en s'Escorxador. Confiesa que "le gusta con delirio viajar", no tuvo hijos y el "buen poder adquisitivo" de su marido les permitió conocer tierras muy lejanas. Tres meses estuvo recorriendo Argentina y hasta dos veces veraneó en Nueva York. "Viajamos mucho porque nos encantaba", se le ilumina la mirada rememorando aquellas aventuras: "La verdad es que fui muy feliz". Su deseo para este nuevo año es "salud y que se mantenga el buen ambiente".

José Pérez Guardia a sus 83 años presume de sus dotes de cantaor. El andaluz asegura que dio la vuelta al mundo gracias a su voz acompañando a los mejores: "He tenido una vida maravillosa y muy ajetreada. Totalmente diferente a la que puede haber tenido la mayoría", se jacta de sus giras con Antonio Molina y Rafael Farina. Desde muy pequeño andaba de tablao en tablao flamenco con uno de sus hermanos. "Siempre cantando", eso era todo para él. Cuando se estableció en Palma se dedicó a la venta de comestibles; cuenta que tenía dos tiendas que llevaba con su mujer. Pero ser comerciante no era una excusa para abandonar su vocación por la música. "Estuve en muchas países y ciudades, aunque Estambul fue el lugar que más me gustó", recuerda Pérez, que promete compartir el disco que grabó en los tiempos de esos espectáculos que brillan en su memoria como si fuera ayer. En la Llar vive desde hace unos cinco años y se siente "muy a gusto". Tiene solo un hijo que vive en Valencia. Dice que pasó las fiestas de fin de año con alegría: "La gente aquí nos da mucho ánimo, nos ayudan, son un puntal", sostiene con agradecimiento. "Salud y que me sigan tratando tan bien siempre" es lo único que le pediría a los Reyes Magos.

Francisca Colom Llabrés hará 102 años el próximo 16 de agosto, pero nadie lo diría. Con la ayuda de un andador aparece luminosa en la sala como el rayo de sol del mediodía que atraviesa los cristales. "Francisquita, mi amiga", salta emocionada de su silla Catalina para saludarla con dos besos. "Esta mujer es una institución, siempre está bien y feliz", la abraza. La mallorquina centenaria recibe los halagos de su compañera con humildad: "¿Para qué nos vamos a poner tristes?", pregunta mientras se acomoda en uno de los sillones color verde esmeralda. Dos años y medio lleva en la residencia y asegura que "hemos pasado las fiestas lo mejor que hemos podido". Soltera y sin hijos, cree que el cariño es fundamental para mantenerse saludable y ella lo recibe de sus amigos y sobrinos, a quienes ve con frecuencia. Cuenta que su aniversario pasa desapercibido en la residencia a pesar de haber superado ya el siglo de vida. "Ni se acuerdan", sonríe quitándole importancia. Sin embargo, no deja de señalar que el año pasado cuando escuchó la marcha del cumpleaños en la cocina, creyó que por fin tenían un detalle... "pero no era para mí". A la vida le pide "salud y cuando me sienta mal que me vaya directamente".

Antonia Jiménez Ferrer es la directora de la Llar desde hace dos años. La psicóloga se ocupa de que en esta "pequeña ciudad" las Navidades transcurran como en todos los hogares, con su árbol y sus adornos, un enorme pesebre y cenas especiales para que los ancianos se sientan siempre en familia: aunque no faltó un momento "crítico" cuando se les rompió el horno horas antes de comenzar a preparar el menú de Nochevieja, pero "al final salió exquisito el cordero". Pese a esos nervios "estamos viviendo unas fiestas muy bonitas", afirma Jiménez que dio la bienvenida a los Reyes Magos el viernes 5 de enero a las 12 horas tras una breve misa. "Cada uno recibió una pequeña sorpresa de sus manos", comenta la directora que trabaja para "darles calidad de vida" a los 237 residentes actuales, muchos de ellos en situación de dependencia. "Los autónomos aquí tienen libertad absoluta para hacer su vida, solo les pedimos que nos avisen dónde van o a qué hora vuelven para estar pendientes de ellos", explica sobre las pocas restricciones que tienen quienes todavía pueden salir solos a dar sus paseos o visitar a sus amigos y familiares. Ellos están "encantados" de tenerla cerca: "Esta mujer es un ángel", coinciden el andaluz y las mallorquinas. "Seguro que habrá otras voces críticas", se sonroja Jiménez que "en nombre de todos los residentes y de los 250 profesionales" que les acompañan, desea que 2018 sea "otro año de alegrías y de poder compartir buenos momentos".