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La fiesta en paz

El Parlament no sabe legislar

La cámara autonómica ha demostrado esta semana su incompetencia para cumplir una de las dos funciones que tiene encomendadas: redactar leyes

El Parlament parecía esta semana la casa de los líos. M. Mielniezuk

Uno de los muchos defectos de la santa política es una cierta tendencia a la diarrea legislativa. A los políticos les encanta ser heraldos de la reforma de leyes existentes o de la aprobación de otras de nuevo cuño. En ambos casos exhiben una capacidad irrefutable para generar más problemas de los que solucionan.

El acto de anunciar una ley no compromete a nada. La aprobación definitiva de la norma obliga a poco. Si lo legislado no gusta al gobernante, se obvia. Si no hay dinero para pagarlo, se pospone ad calendas graecas -o sea, que nunca se aplicará-. Otra versión más refinada es ratificarlas y, cual Pilatos, lavarse las manos y trasladar la obligación de su cumplimiento -y de sus costes- a una administración que nada ha tenido que ver en su elaboración. A los políticos les encanta muñir normas porque saben que ellos serán los primeros en no sentirse concernidos por ellas.

En los últimos meses el Govern ha filtrado que redactará leyes que permitirán desclasificar suelos urbanizables sin pagar ni un euro en indemnizaciones (¡Y se lo creen!). También se ha anunciado una norma para vetar el alcohol en los hoteles para acabar con el turismo de baja estofa. Otro de los problemas de la diarrea legislativa es que se actúa al compás de los últimos titulares o de acontecimientos que han conmovido a la sociedad. Nada hay más desastroso que modificar el Código Penal a golpe de sucesos que copan minutos de televisión basura.

Uno de los peores errores de los políticos es sobrelegislar, o sea redactar leyes una detrás de otra sobre una misma cuestión. Sin dejar que se aposenten. Sin calibrar sus efectos al menos a medio plazo. Pero aún es posible enredar más la madeja: basta con publicar en el BOIB leyes que ni sus impulsores son capaces de explicar por la sencilla razón de que su articulado es contradictorio o confuso.

Es lo que sucede con la reforma de la ley con la que el Govern pretende regular el alquiler turístico. Entre Podemos y el Ejecutivo han montado tal lío que ni el vicepresidente, Biel Barceló, era el martes capaz de poner la mano en el fuego a la hora de explicar lo que realmente se había aprobado.

En 1983 asistí a la constitución en sa Llonja del primer Parlament de les Illes Balears. Al final del solemne acto caminaba por un Born libre de las hordas turísticas junto a Tomeu Sitjar, un prestigioso letrado, liberal de toda la vida, que presidió la Junta de Obras del Puerto. Sarcástico y mordaz como era, aseguró que en aquel organismo se podían "contar con los dedos de una mano los diputados capaces de redactar una ley". Y eso que entre los electos estaban abogados de prestigio como Félix Pons, Pedro Pablo Marrero, Miquel Fiol, Francesc Gilet, José María Lafuente, Joan Nadal o Gabriel Cañellas, que detrás de su cultivado papel de mallorquín medio payés y medio llonguet, ocultaba una doble licenciatura en Derecho y Economía por la universidad de Deusto.

Las leyes se corresponden, por supuesto, a un determinado sesgo político, de izquierdas, de derechas. Anarco o democristiano. Comunista o populista. Pero, una vez encaminadas ideológicamente, es imprescindible dotarlas de una sólida estructura técnica que las haga claras y eficaces. Y en este aspecto, el Parlament sigue siendo un desastre. Quizás mucho mayor que el de hace 34 años.

Una ley que al día siguiente ya no sirve riza el rizo del absurdo. Los de Podemos tienen que aprender a leer e interpretar textos legales antes de dedicarse a jugar a aprendiz de brujo. Los experimentos deben hacerse con gaseosa porque, de lo contrario, los resultados causan un estropicio en lugar de solucionar un problema.

Una ley Frankenstein, según la definición de Biel Barceló, su principal responsable y el hombre que ha sido incapaz de llevarla a buen puerto. Una ley, la de alquiler turístico, hecha con trozos de irresponsabilidad, de demagogia y de incompetencia de Podemos, de Més y del PSOE, por este orden.

Uno de los proyectos legislativos estrella del pacto de izquierdas naufraga porque en lugar de mirar hacia el horizonte giran los ojos hacia el ombligo.

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