La filosofía supera en importancia al desenlace. Hay que cobrar menos para que vengan más turistas. Los trabajadores deben sacrificarse en igual medida que el resto de mallorquines, que padecen una isla colapsada sin recibir beneficio alguno del turismo. Es indignante vincular las percepciones laborales a los ingresos del negocio.
No solo los hoteleros han incrementado sus tarifas en un quince por ciento. Los precios de guía Michelin se extienden a restaurantes que gozarían de mejor acomodo en el programa de Chicote. El empresariado ya contempló como un sacrilegio inasumible el aumento del uno por ciento en los salarios hoteleros. A nadie puede extrañar que ahora busque cobijo en sectores todavía más desamparados, puede acabar reclamando el convenio de la patronal del ´top manta´.
El único horizonte de Mallorca es la multiplicación de visitantes, a cualquier precio y al sueldo más bajo posible. Patronales que han alojado en su seno como mínimo a dos boyantes mafias, se relamen al examinar las posibilidades salariales de los becarios gratuitos de los grandes chefs. Solo emplean los puestos de trabajo como chantaje para ocupar más espacio público. Se confirma que un tercio de la riqueza turística se queda en origen. El segundo tercio se va a Madrid, la cuota restante viaja directamente a Suiza. Mallorca come las sobras.
