Pudiendo exhibir como hizo en el debate sobre el Estado de la Autonomía un balance económico de su gestión positivo, con datos esperanzadores muy favorables para Balears, resultó decepcionante constatar de nuevo la rigidez del president Bauzá, su falta de empatía incluso gestual con la Cámara, y la dificultad extrema para proponer acuerdos a la oposición o para tender la mano a la comunidad docente que el 29 de septiembre reunió a 100.000 personas en las calles contra la reforma educativa, en la mayor protesta de la historia de la Comunidad. Nada, ni un gesto. En un instante de su discurso y como un espejismo pareció que iba a referirse al fin a las virtudes políticas del diálogo, pero inmediatamente se corrigió para subrayar como un mantra que ninguna posición de fuerza le doblegará. Bauzá es prisionero de sus convicciones y sus prejuicios. Pero con esa tozudez personal que parece aplicar a la acción de gobierno tiene muchas más posibilidades de generar decisiones erróneas, pues desprecia a los colectivos ciudadanos y profesionales que deberían participar en ellas. No de otro modo más que con el diálogo se alcanza el bien común. Sin embargo, el president, en sólo dos años de gestión, colecciona colectivos enfrentados; reduce cada vez más su ámbito de colaboradores de confianza; convierte en asesores áulicos bien subvencionados a entidades de ínfima representatividad social y prestigio científico; suma una afrenta tras otra contra el alcalde de Palma, Mateo Isern, a quien tanto prometió, tan poco ha dado y cuya imagen se afianza más cada día precisamente por su talante abierto y dialogante, y cultiva el descontento y la desunión entre sus alcaldes de la part forana.