Un inmigrante de Mallorca gana menos que un extremeño. Que ya es decir: solo los inmigrantes y las mujeres ganan en España menos que un extremeño. Suena a chiste malo, pero es cierto. Incluso en lo peor de la peor crisis, cuesta llegar a salarios tan bajos como los de la región más pobre, esa Extremadura que acaba de desalojar al PSOE del poder tras 28 años de partido único y ventanas cerradas. 14.737 euros al año ganan a orillas de Portugal, cifra tan escasa que deja a la comunidad de los pantanos, el pimentón y los conquistadores de las Américas a un lustro de alcanzar la nómina media del resto del país.

Y aún más les queda a los inmigrantes mallorquines para culminar el reto de ser iguales que sus vecinos nativos. Porque los extranjeros viven en el imposible teórico, o casi: un sueldo más apurado que el de un extremeño, 10.641 euros al año, suma tan breve que convierte al inmigrante en lo que casi siempre fue en Europa: mano de obra barata. Hablan los hechos y los datos que los describen: el mallorquín medio con DNI y nacionalidad española cobra 1.639 euros brutos mensuales. Mucho más. El doble que los 886 del inmigrante: 9.035 euros extra al año que elevan el salario medio del mallorquín a 19.676, que suenan a bastante pero en realidad no son tanto: al españolito medio la nómina le pesa 940 euros más.

Lo certifican los últimos datos de declarantes de la Agencia Tributaria, que además desmontan uno de los tópicos más manidos, malintencionados y aireados de la crisis que no cesa: los inmigrantes nos roban el trabajo. Y va a ser que no. Primero, porque el empleo ha caído más entre los inmigrantes que entre los nacionales (la tasa de desempleo de los inmigrantes supera el 30%). Y segundo, porque la recesión ha golpeado los salarios de todos en Mallorca, pero se ha cebado especialmente con unos inmigrantes que cobran sueldos que no tragarían ni un extremeño o un andaluz, los peor pagados de uno de los estados que peor pagan de Europa. Por eso mientras la nómina media del mallorquín con DNI se ha reducido en tres años de recesión y paro al galope en 30 euros anuales, la de un inmigrante tipo se ha encogido en 621 euros, una sangría veinte veces mayor.

Copan las ayudas sociales

Extraña así poco que, según datos que maneja el propio Govern, sean los inmigrantes los que copan dos tercios de las ayudas sociales y de inserción que dan las instituciones públicas. Simplemente, lo necesitan más. Ni ganan como un nacional ni tienen los lazos y apoyos familiares del que vive en el país que nació. "Al final siempre es el más débil el que acaba pagando los platos rotos", resume Marga Bárez, de UGT Inmigración, consciente de que la necesidad convierte a los inmigrantes en la carnaza que necesitan algunas empresas para dársela con queso a la administración. "El más necesitado acepta antes un trabajo sin contrato", certifica Bárez. Le da la razón Juan Pablo Blanco, colombiano y director de Baleares sin Fronteras. "Es que hoy no depende de lo que tú hagas, sino de lo que aprendes a hacer en la vida", sintetiza poético Blanco, colombiano y director de Baleares sin Fronteras, que explica que el inmigrante está hoy tan apurado que acepta lo que sea para sacar la cabeza del agua.

Y aunque Hacienda no tiene datos de la economía que escapa a la ley, no hay que ser un lince para ver la realidad de la calle: los inmigrantes copan la mayor parte del trabajo sumergido. Suyas son las horas de limpieza en negro y a precio de saldo. Las jornadas de sol a sol en el campo a tres euros la hora. Los atracones de cajas, paquetes, sacos, cargas y descargas en los muelles de transporte. Las chapuzas a domicilio a tarifa regalo. Los horarios sin fin en la trastienda del verano. Lo confirman expertos laboralistas y sindicatos, que saben que el trabajo en negro se alimenta de desesperación.

Y los más desesperados son los inmigrantes. Sin raíces en la isla y con la hipoteca amenazando ejecución, es trabajar en lo que sea, hundirse o huir. Muchos han puesto pies en polvorosa: más de 12.000 inmigrantes, la mayoría latinos, han dejado Mallorca desde el año 2008 para buscar en sus países el pan que la isla les niega. Y los que se quedan lo hacen fundamentalmente por razones familiares, hipotecas pendientes y fe ardiente e infundada en una recuperación que no llega ni con los hoteles llenos. No la tiene Silvana Martí, argentina que no se va porque la vida la ha casado con Mallorca. "Si estuviera sola, quizá me iría. Algunos amigos se han ido, pero yo tengo aquí todo, y mis hijos son mallorquines, así que resistimos como podemos, como todo el mundo", esboza Martí, que pese al apellido asegura que no tiene ancestros isleños.

Presos de la hipoteca

Y como ella hay muchos: gente que vino de paso y acabó censándose. Primero les ató a la isla el trabajo y ahora son presos de su hipoteca. Como Ibrahima, padre de familia que hace unos meses relataba en estas mismas páginas su pelea para no ser desahuciado. En ella sigue, aunque sin demasiadas esperanzas de evitar que el banco se lleve lo que su esfuerzo ha pagado durante diez años. "Si sigo en Mallorca es porque he puesto mucho dinero en la hipoteca y quiero salvarlo. Cojo todos los trabajos, aunque algunos son una vergüenza". No le queda otra. Su piso pende de una subasta, aunque ha conseguido un par trabajo de verano que le pueden dar lo que necesita: tiempo para conseguir el dinero para salvar su hogar en Pere Garau del embargo.

Otros se rindieron. O están en ello. Hartos de luchar contra la marea. Cansados de escuchar que roban trabajo, que sobran, que el sudor de años cargando ladrillos, limpiando restaurantes o reponiendo estantes no vale nada en la Mallorca del paro rampante. Como Wilson, otro de los que lleva meses en el alero. En enero contaba que de su familia solo resistía él. Que su mujer había renunciado a limpiar por horas para hacer las maletas con los niños: cinco años de Mallorca empaquetados rumbo a Colombia. Que él se quedaba para seguir cobrando el paro ganado durante años de caja de supermercado. Hoy su voz suena cansada, sumida en dudas. Desganada y desengañada: "El verano sigo porque tengo un trabajo hasta octubre, pero luego no sé: mis niños están allí, no los veo desde septiembre y aquí no sé si conseguiré suficiente para seguir mandándoles, porque después de este trabajo no habrá paro: hoy no tengo contrato". Trabaja en negro para enviar el jornal a casa: simple supervivencia. Usar el sueldo escaso de aquí para que lo suyos vivan a precios de allí. Resistir. Quizá remar para ahogarse en la orilla: "Mandar dinero es posible solo cuando hay dinero para mandar", remacha Wilson, que tiene que sacar también para dormir y comer en Mallorca.

Porque esa es otra. El castigo añadido. La soga en casa del ahorcado. Los salarios menguados del inmigrante en Mallorca tienen que dar para pagar los excesos de la isla de la flor turística y los precios disparate. Le pasa también a los mallorquines que nacieron con la Tramuntana en el horizonte y la isla bajo los pies: las subidas de precios de los últimos tres años hacen que el grueso de la población (el 96,4%, según publicaba este mismo diario hace una semana) haya perdido poder adquisitivo. Así que el ahorro extremo es el único camino hacia la supervivencia de quienes cobran de media 10.641 euros al año.

Que pueden ser menos: hay en la isla quien cobra incluso menos que un extremeño o un inmigrante mallorquín. Para eso hay que reunir la condición que riza el rizo: ser inmigrante y mujer, doble condena a miseria salarial. También para esto tiene datos la Agencia Tributaria: la mujer mallorquina cobra de media un 25% menos que el hombre, 15.913 euros, sueldo pequeño que se hace enano cuando la mujer es inmigrante. En ese caso el sueldo baja dramáticamente a 9.842 euros de media anual. No es la mitad, pero casi.

Y aún se puede estar peor. Para eso hay que acumular todos los factores de discriminación que en Mallorca caben: ser mujer, ser inmigrante y ser joven. La combinación es letal. Cuando se da, el sueldo medio anual baja a 6.751 euros. La mitad que un extremeño y la cuarta parte que un varón mallorquín de mediana edad.

"No conocía el dato, pero parece una broma, ¿verdad? Sale más rentable casarse con un mallorquín por horas que trabajar en Mallorca por horas", bromea entre risas Carol Silveti, ecuatoriana ella, veinteañera ella. Y mujer. Por eso va de curro en curro y de ciudad en ciudad, en busca del sueldo digno que la estadística le niega. "La verdad es que con esos datos encima tengo que decir que tengo mucha suerte: gano unos 15.000 al año, pero la mayoría de amigas de mi edad están casi todo el año en paro. ¡Y son de aquí!", cuenta mientras mata el día a la espera de otra noche atendiendo comandas de barra y sirviendo refrescos de terraza.

Y se sabe afortunada: trabaja sin la desesperación de quien no puede permitirse no hacerlo, la razón última que explica unos salarios de miseria. "Es sencillo saber por qué nos pagan menos a los inmigrantes: es explotación. Somos mano de obra barata, se aprovechan de la crisis y las necesidades que provoca, que llevan a muchos a aceptar lo que sea. Hay gente en bares y restaurantes a los que se explota: les pagan mil euros, pero no cotizan más que media jornada y están todo el día. Cada camarera trabaja por tres. Estamos con salarios de 600 euros y las empleadas de hogar que cobraban mil ahora reciben 500 y hacen más horas. Los inmigrantes son los que más están perdiendo sus casas porque no pueden con la hipoteca. Y la razón es esa, explotación y explotación", recalca Sandra Patricia Torres, inmigrante hondureña, mujer y joven: las tres marcas de la miseria salarial. Aquí y en Extremadura.