Chumy Chúmez aseguraba ser "pobre pero honrado, porque las desgracias nunca vienen solas"; completando el refrán, a la marginación social se suma fácilmente la enfermedad mental. Según diversos estudios, entre un 25% y un 30% de las personas excluidas experimentan trastornos mentales severos, aunque otros amplían esta cifra hasta el 41%; pero la proporción sube hasta el 80% si incluimos los trastornos de la personalidad, la ansiedad y la depresión.

La psiquiatra Gloria Prats, del Instituto de Asuntos Sociales (IMAS) recoge el círculo vicioso planteado por la Organización Mundial de la Salud en 2001 para plantear que "en algunos casos, la enfermedad mental será la causante de la exclusión y en otros serán la exclusión social y el estrés que provoca los que desencadenarán finalmente la enfermedad"; es más que probable que "haya casos de ambos tipos". De lo que no cabe duda alguna es que "la exclusión sitúa a la persona en un estrés crónico que refuerza, alimenta y favorece el deterioro mental y físico".

El Consell no dispone, al parecer, de datos sobre prevalencia de enfermedades y trastornos mentales en la población excluida a la que atiende a través del IMAS, a pesar de haber dispuesto un psiquiatra para los usuarios del albergue Ca l´Ardiaca, su principal recurso para marginados. El Consell aduce que dicho centro "presenta un perfil de usuarios muy variable y muy inestable", pues atiende "a cualquier persona sin techo y en situación de exclusión social".

El centro de acogida Casa de Familia, que atiende a excluidos con problemas cronificados –especialmente el alcoholismo–, es el único espacio del IMAS que ha identificado entre su población a un 38% por ciento de enfermos mentales. Sin sorpresa, en su mayoría son hombres (71%) de más de 50 años (83%) y soltero (57%). Más chocante es el hecho que todas estas personas tuvieran reconocido algún grado de discapacidad, que en nueve de cada diez casos no era inferior al 65%, según recoge un estudio descriptivo de Manuela Sánchez, Aina Torres y Gerardo de la Vega, accesible en la publicación digital www.revistaalimara.net.

Las repercusiones de la exclusión social en la salud son patentes. La psiquiatra Gloria Prats recuerda que "está demostrado que una persona de clase alta vive 20 años más que una sin techo" y diez más que otra de clase baja. Explica la facultativa que "además de la predisposición genética a sufrir enfermedades mentales, finalmente será el ambiente el que determine si estas enfermedades aparecen o no": una persona sin un buen apoyo familiar, buenos servicios sanitarios, rehabilitación sociolaboral e incluso leyes que le garanticen la continuidad del tratamiento "son candidatos a la calle".

Es el caso frecuente de pacientes de diversas enfermedades –como la esquizofrenia– con rasgos paranoides, "muy desconfiadas, en las que son habituales los delirios, creer que los demás los persiguen". Estas personas suelen no ser conscientes de su enfermedad y rechazarán los cuidados y medicación, por sospechosos. Sin apoyo, están perdidos.

En el caso opuesto, puede situarse un inmigrante sin papeles, sin trabajo, bajo la enorme presión de evitar el fracaso. "Esta persona no tiene antecedentes psiquiátricos pero sufre un estrés crónico, un factor de riesgo". El alcohol o las drogas hacen el resto.