En China hay más de 600.000 niños cuyos padres están en la cárcel, algunos en espera de ser ejecutados. Este hecho en España no tendría ninguna consecuencia social para ellos, pero en el país más poblado del mundo pagan justos por pecadores. Aquí, los hijos de los delincuentes no sólo carecen de derechos fundamentales como la educación o la sanidad sino que además, sufren el rechazo de toda su familia. Son los llamados descendientes malditos, estigmatizados por una sociedad tradicional, condenados como sus padres a una vida de abandono y repulsión.

Rehacer la vida de estos niños se ha convertido en la razón de ser de la organización sin ánimo de lucro Morning Tears España (http://www.morningtears.com/). Con sede social en Palma de Mallorca desde 2005, la asociación cuenta con dos centros de acogida en las provincias chinas de Shaanxi y Henan. "Nuestra función principal es sensibilizar y recaudar fondos para mejorar la vida de estos niños", afirma Manuel Cuesta, presidente de la junta directiva de Morning Tears España. La labor de esta ONG comenzó en 1999, cuando su compañero y alma mater del proyecto, Koen Sevenants, descubrió el estado en el que se encontraban 32 hijos de prisioneros en un orfanato creado por algunos jueces del Gobierno chino. "Cuando vi a esos chicos supe que no podía dejarlos solos. Desde ese momento se han convertido en mi vida", recuerda Koen. Y así fue. Dejó su trabajo y su vida en Mallorca para trasladarse a China, donde, ayudado por un grupo de voluntarios y profesionales especializados en asuntos sociales, dedica todas sus fuerzas a "reconstruir el mundo de los niños".

Uno de los centros más representativos de Morning Tears es la Aldea de los Niños, ubicada a las afueras de Xi´an. Se trata de una pequeña parcela formada por casitas donde conviven los niños, además de un comedor y varias zonas comunes. Todo ello, sin embargo, se encuentra rodeado por un muro de cemento. "A lo largo de los primeros meses muchos vecinos entraban en la Aldea para pegar a los niños porque decían que traían mala suerte al pueblo", confiesa Koen. El muro se convirtió así en su protección frente al mundo exterior. Hoy, por suerte, el ambiente es más tranquilo y los vecinos parecen haberse acostumbrado a la presencia de los pequeños. Incluso las autoridades del pueblo permiten a estos niños acudir a la humilde escuela del pueblo. Eso sí, pagando mucho más dinero que el resto.

Hoy, tras los obstáculos iniciales, los cerca de 70 niños de entre tres a 18 años conviven como si fueran una gran familia. Los mayores cuidan de los más pequeños, van al colegio, se ayudan en el aseo diario, hacen los deberes e intentan recuperar todo el cariño que les ha sido arrebatado. No es tarea fácil. Muchos niños "han sufrido traumas muy fuertes que son imposibles de olvidar", cuenta Koen. No es de extrañar que los llantos y las pesadillas sean la tónica nocturna en los pabellones. Los más pequeños no entienden por qué están solos y echan de menos a sus padres. Los mayores, conscientes de la situación, saben que no verán a sus padres en mucho tiempo o, en el peor de los casos, que no los volverán a ver nunca más.

La benjamín del grupo es Ting Ting, una preciosa niña de tres años que hoy juega alegre con su muñeca de trapo. Hace un año, sin embargo, su historia carecía de sonrisas. Su padre, un ladrón de poca monta, la utilizaba para robar. Su madre, al enterarse de que habían sido detenidos por la policía y que su marido iba a ser encarcelado, decidió abandonarla y ni siquiera fue a recogerla a la comisaría. Ting Ting tenía sólo dos años. "En muchos casos la familia siente vergüenza y repulsión hacia los niños porque piensan que serán criminales como sus padres", explica la señora Chang, coordinadora del centro. Como ocurre en muchos casos, fue un policía quien llevó a Ting Ting a la aldea buscando un hogar para la pequeña.

Pero no ha sido nada fácil para ella. Aún hoy la vemos entretenerse con un juego incomprensible: agarra la mano derecha de sus compañeros e intenta arrancarles el dedo pulgar con fuerza, mientras las víctimas fingen un gemido de dolor. Ella ríe y ríe encantada. Desde que tiene uso de razón es lo que siempre ha deseado hacerse a sí misma: tiene dos pulgares en la mano derecha. En China, esta simple malformación es una razón más para marginarla de la sociedad, un símbolo de maldad. Y sus padres lo sabían. Por suerte, en Morning Tears no existen supersticiones. Dentro de esos muros Ting Ting tiene una vida normal, sus "jiˇejie" (hermanas mayores) duermen en catres contiguos dentro de la pequeña casita que organiza su "m¯ama". Ya no hay más robos ni más soledad. Gracias a ellas y al apoyo de la asociación, Ting Ting se siente parte de una gran familia.

La historia de Zhong Yu es la más común entre los hijos de prisioneros, pero también la más injusta. Su madre, harta de los abusos y las palizas que les propinaba su padre, no pudo aguantar más y lo mató. Tras demostrar en el juicio que el ataque había sido en defensa propia, pudo salvarse de la pena de muerte, pero no de los 21 años de prisión. Repudiada por una familia que la ve como la hija de una asesina, Zhong Yu fue acogida por la Aldea de los Niños, donde vive desde entonces. Madre e hija se reencontrarán cuando ella tenga 28 años.

Por desgracia, no todos los condenados podrán cuidar de sus hijos en un futuro. Hace poco más de un mes, los padres de Lina, de sólo 11 años, fueron ejecutados por tráfico de drogas. Huérfana y con una familia que ve en ella un ser maldito, Lina depende de Morning Tears para sobrevivir. El alto consumo de drogas de sus padres le ha generado un defecto en la visión que en muy poco tiempo la dejará ciega. El caso de Lina y de otros niños podría solucionarse con una simple operación, pero las ayudas económicas del exterior son tan básicas que apenas alcanzan para la comida o el simple mantenimiento de la Aldea.

En Morning Tears no sólo el apoyo económico es esencial. También es vital la ayuda psicológica para que estos niños puedan tratar de crecer felices como cualquier niño del mundo. "Intentamos que sean plenamente conscientes de dónde están sus padres, en qué situación se encuentran y por qué están ahí", asegura Koen. Ocultarles la realidad "no ayuda a que superen el trauma" sino todo lo contrario. Por eso, desde Morning Tears intentan por todos los medios que los niños puedan visitar a sus padres en prisión y que mantengan un contacto con ellos, aunque en algunos casos sea para darles el último adiós antes de la ejecución.

Tras una infancia llena de obstáculos e injusticias, esta Aldea de los Niños se convierte en el único refugio del mundo donde pueden mantenerse a salvo. La mayoría de ellos no pueden ser adoptados ni ser dados en acogida a alguna familia porque alguno de los padres se encuentra en prisión o desaparecidos en algún lugar del país. Estos niños no tienen otro lugar a donde ir. Al cumplir la mayoría de edad, deben abandonar la aldea y enfrentarse a la cruda realidad. Todos buscan suerte en el mundo exterior, pero apenas un 10% de ellos consigue alejarse de las drogas, la mendicidad o la prostitución. Debido a su estigma, nadie les quiere dar un trabajo, ni las escuelas les permiten acceder a sus estudios, ni siquiera pueden alquilar una casa o acceder a la sanidad. Lo único que les queda es un documento de identidad con un sello que hace pública su maldición, el error de sus progenitores. Una marca que les recuerda que los de su propia sangre han condenado su destino.

Morning tears

Son Matet, 5, 1-F

07015 Palma de Mallorca

Tel.: 971401356