El mallorquinismo tiene motivos más que de sobra para aplaudir el sábado al Valencia cuando salté al césped del Iberostar Estadio. Los bermellones consiguieron la permanencia en Primera la pasada temporada porque sumaron cuarenta y cuatro puntos, es cierto, pero si los de Mestalla no hubieran vencido al Deportivo en Riazor en la última jornada, justo cuando no se jugaban nada, ahora serían de Segunda División. Y esto favores son de los que no se olvidan.

A los gallegos les bastaba un simple empate para salvarse después de la desastrosa derrota de los rojillos ante el Atlético (3-4), pero el portero César se erigió en improvisado héroe y cuajó una extraordinaria actuación, al igual que Aduriz y Soldado, que finiquitaron las ilusiones de los coruñeses (0-2).

Es muy complicado que la afición de Son Moix pueda olvidar aquella noche del 21 de mayo. Los pupilos de Michael Laudrup no habían hecho los deberes en el último mes de competición y se aferraban al choque en casa ante los colchoneros para garantizar la permanencia. Pero en diecinueve minutos el resultado ya reflejaba el 0-2 y las radios adquirieron el absoluto protagonismo. No quedaba otra.

Y se empezaron a dar todas los resultados que perjudicaban al Mallorca, a excepción de uno. El Valencia ya ganaba al Dépor con el tanto de Aduriz, que había vestido la camiseta rojilla los dos cursos anteriores. "Me alegra mucho haber podido ayudarles", dijo el delantero vasco, que dejó un gran recuerdo en el vestuario de Son Bibiloni. La agonía iba creciendo a medida que pasaban los minutos ya que el Dépor atacaba sin parar al Valencia y el Atlético seguía dominando un partido dramático. Muchos rezaban, otros ni siquiera querían observar el encuentro y otros tenían la mirada perdida. Sonrisas, ni una. El susto era mayúsculo para una hinchada que había estado tranquila durante toda la competición. Agüero, autor de tres de los cuatro tantos de los madrileños, había hecho su trabajo, por lo que solo quedaba esperar, por muy duro que fuera.

Los jugadores rojillos estaban tirados sobre el césped y rendidos por el esfuerzo sobrehumano que habían realizado. Nadie se movía de sus asientos. No podían. Hasta que Soldado marcó el sengundo tanto y obró el milagro. Fue uno de los sustos más grandes en la historia de los noventa y cinco años de vida del Mallorca, que seguía entre la elite por la profesionalidad de un Valencia que podría haber mirado hacia otro lado. Y no lo hizo. Es una razón más que suficiente para cantar juntos aquello de ´amigos para siempre´.