Primero, ventilemos la parte negativa. Que estamos un poco haters, y como bien me hizo ver ayer el librero Miquel Ferrer, ni es para tanto ni hay que ponerse tan plomizo (ni vehemente, añado yo) cuando se vitupera. Por eso, acabaremos estas líneas comentando la cara feliz.

Sant Jordi rompió ayer barreras colocando a las mujeres en el podio de los más vendidos, pero sigue arrastrando algunas dinámicas que deberíamos revisar. Por ejemplo, la ocupación de la plaza Major.

Los expositores de libros no acaban de inundar todo el espacio porque los puestos de artesanía continúan ubicados en la parte central. Me imagino que la cuestión no tiene fácil arreglo (o sí, y simplemente falta una toma de decisión en firme), pero para el ciudadano y los libreros es una pérdida de metros cuya ganancia haría lucir más la fiesta.

A pesar de este apunte, hay que recalcar el gran acierto de este año con la reubicación de los expositores de partidos políticos y asociaciones. Éstos se agruparon en la plaza de España, fronterizos al centro neurálgico, sacudiéndole así parte del cariz político o ideológico que tiende a contaminar fiestas tan inclusivas como Sant Jordi. Para mí fue un mensaje de los libreros a los oportunismos: "Cuidadín, que hoy es nuestro día". De todos modos, nadie nos libró de los paseíllos de nuestros próceres. Algunos iban tan preparados para los micros que antes de que una pudiera preguntarles ya me habían abierto sus bolsas con la compra. Este año están todos muy lectores, menos el presidente del PP balear Gabriel Company. Amén de un libro de cocina, fue muy tópico en su elección: Les darreres paraules de Carme Riera. Incómodo e inseguro en los terrenos culturales, le hizo de cicerone el exconseller del ramo Antoni Vera, quien dejó muy claro que él estaba allí "como afiliado del partido". Los de Més iban bien cargados de ejemplares, también de lazos amarillos. Color que no llegó a teñir la jornada. Ésta acabó pintada de trazos morados, por el trinfo de las mujeres.

Si las mañanas de Sant Jordi llevan el marchamo de los escolares y los turistas, ¿por qué los políticos salen a esas horas tempranas de sus despachos, cuando gran parte de la ciudadanía trabaja? Estoy convencida que es por los periodistas. ¿Tan poco les incomodamos?

Habrá quien piense que el hecho de que Barcelona aglutine a los escritores más afamados provoca que nuestro Sant Jordi contenga menos alicientes y sepa soso. Yo creo que es al contrario. Y que debería ser una oportunidad para ser más creativos y atractivos con el programa de actividades y las distintas actuaciones para captar más lectores. Otra cosa es que lo consigamos. Ahí pienso que todavía nos falta un poquito. Y que los libreros podrían arriesgar más. En cualquier caso, celebro que este año haya podido encontrar más variedad en la oferta (hay stands casi idénticos) que en ediciones anteriores. En ello tienen mucho que ver Rata Corner y Los Oficios Terrestres. En este último caso, Sant Jordi es una gran oportunidad porque no está ubicada en el centro de la ciudad y la verdad es que es un espacio más que recomendable para toda mente inquieta que no frecuenta el barrio del Terreno.

Le doy la razón al librero Miquel Ferrer: aún hay esperanza. Ayer las mujeres nos congratulamos de algo que jamás había pasado en un Sant Jordi: cuatro mujeres encabezando la lista de los más vendidos. Decía Emily Dickinson: "Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie". Ayer nuestras autoras lo hicieron y vencieron a los dragones.

Pero, como siempre, maticemos los entusiasmos (no lo haremos tan bien como Remedios Zafra). Al final de mi paseo y de este Sant Jordi exitoso, otro librero, Francesc Sanchis, me dio un baño de realidad: "Los libros y la calle son un buen maridaje; las librerías y los libros, ya no tanto".