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A tiro

La cara B de sant jordi

Mañana es Sant Jordi, el Día del Libro. En fecha tan señalada no son pocos los que entonan con alegría y no poca ligereza alabanzas a los libros, la lectura y la literatura. En demasiados casos, son tópicos desgastados que podríamos ahorrarnos. Los fastos que se despliegan para esta jornada suelo vivirlos con resignación y profundo escepticismo, simplemente porque pienso que no hay tanto que celebrar.

¿Sacamos a colación los niveles de lectura, los problemas con la distribución, el secuestro editorial de Fariña, hablamos de las condiciones laborales de los distintos trabajadores y creadores que se encuentran en la cadena de producción de un libro? Sin ir más lejos, este diario publica mañana un reportaje sobre ilustradoras mallorquinas donde se tratan las dificultades que se les presentan, las tarifas de las editoriales, los acuerdos de derechos, las diferencias salariales con sus compañeros hombres, por qué muchas de ellas no pueden dedicarse al cómic, etc.

Amén de ser una jornada aprovechada por partidos políticos que poco o nada hacen por la lectura (sea por dejación, sea por fracasar con costosas y superficiales campañas), el Día del Libro se está convirtiendo en una pelea entre los escritores y los personajes mediáticos. Un espectáculo que se repite cada Sant Jordi en las grandes ciudades.

Colaboradores de televisión, deportistas y cocineros firman sin parar mientras que autores de honda cultura libresca pasan la jornada intentando soportar tanta indiferencia.

Sant Jordi lleva años siendo una fiesta inclusiva, donde cabe todo: protestas, gastronomía, lacitos, campaña electoral, el tan mallorquín deixar-se veure. A veces, cuando paseo el 23 de abril por las calles de mi ciudad, siento un escalofrío al reparar en que todos esos libros son un decorado para todo lo demás y un selfie.

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