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A tiro

Concursos y logos insensibles

Afalta de un mes para que arranque el último año de legislatura, que es cuando empieza en la práctica la campaña electoral, las instituciones han puesto en marcha la maquinaria para captar rápidamente proyectos culturales, aparentar que la maquinaria va a todo gas y que todo el mundo está contento de que se hagan más cosas. Lo veremos en septiembre, en el inicio de la temporada artística, por ejemplo. Y durante el 15 aniversario de Es Baluard, a celebrar en 2019. En el horizonte, quedan dos batallas que pueden dar mucho de sí. Son los dos concursos a las direcciones artísticas del citado museo y el del Solleric. Para evitar incómodos e irresponsables vacíos en las sillas, la redacción y preparación de sus bases no debería demorarse demasiado. Y en cualquier caso deberían poder discutirse y pactarse con muchas voces a fin de que cumplan con las buenas prácticas, frenen los amiguismos y los intereses particulares, propongan jurados realmente independientes y plurales y blinden el proyecto ganador de injerencias políticas. Casi nada. A veces una coma mal colocada te puede dar un disgusto.

Mientras en Palma el propio concejal de Cultura Llorenç Carrió es el presidente del consell municipal de Cultura, supuesto órgano asesor de la acción política que él mismo lidera, y en la conselleria de Fanny Tur cada vez se evidencia más la sima que se abre entre el discurso mantenido y los hechos ejecutados, el Consell permanece de perfil en cuestiones culturales. Sigue sin abrir convocatorias públicas para presentar proyectos artísticos destinados a las salas de la Misericòrdia y la Capella. La elección de las propuestas continúa siendo político/administrativa y tampoco responde a un plan expositivo determinado o argumentado. Habrán sido cuatro años silenciosos y casi anodinos, a excepción de la arena siempre movediza del Teatre Principal.

He observado con estupor cómo la Fundació Pilar i Joan Miró se ha despojado del nombre de la mujer que atrajo al genio a la isla. Y del logo más mironiano que podría existir. La institución -ahora bajo la marca Miró Mallorca- se está alejando peligrosamente de su propia historia y de sus estatutos originales. Y se está entregando a las garras economicistas y a una lógica de mercado un tanto preocupantse. Son tiempos nuevos, de acuerdo, hay que actualizarse y sobrevivir, pero cuando un proyecto se desvía demasiado de su esencia las consecuencias pueden ser funestas. Miró donó la fundación a Palma. Tenemos la obligación de protegerla de algunos peligros.

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