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Entrevista

Julián Riutord: "Con la digitalización de las salas, trabajar en un cine ya no es romántico"

El histórico operador de cabina se prejubila y se marcha de CineCiutat, "una sala que no funciona como debería por motivos de gestión interna" - "En Palma he cerrado varios cines"

Julián Riutord posa frente a CineCiutat, donde dejó de trabajar el pasado mes de julio. Guillem Bosch

Cinema paradiso es la patria perdida de Julián Riutord, uno de los poquísimos proyeccionistas de cine en Palma que ha trabajado durante 40 años con rollos de película en 35 mm. Un artesano del séptimo arte que en la sesentena ha dado por concluida su trayectoria fílmica y que los cinéfilos no verán más en la puerta y las salas de CineCiutat, al menos trabajando.

Junto a otro histórico como Joan Ramis, operador del Rívoli, Riutord es memoria viva de la historia de los cinematógrafos de Ciutat. Ha vivido los cambios tecnológicos y sociológicos de las salas, el paso del analógico al digital, aperturas y cierres, ilusiones y decepciones... A pesar de todo ello, lo que nunca ha cambiado en estos años es la grandeza del cine.

Julián Riutord comenzó con 15 años en la sala Borne, donde ahora se levanta un Zara de varias plantas. Corría 1973. El cine era de una sola pantalla y contaba con 1.500 butacas. "Era una sala de estreno. En aquel momento en Palma estaban también el Augusta, el Avenida, el Rívoli o el Metropol. Luego había cines de reposición, como el Capitol o el Hispania", enumera. "En aquel entonces, las distribuidoras eran las que venían a ofrecerte las películas al mismo cine", comenta.

Su primer empleo en el Borne, el cine más acreditado de Palma por aquella época, fue como ayudante de operador. "Funcionaba a todo gas. Fueron los años buenos de los cines. Las sesiones eran de tres horas y se pasaba una película de estreno y otra de complemento", recuerda. "Yo llegaba media hora antes: limpiaba la máquina y lo tenía todo preparado para entregarle el primer rollo al operador", explica. "Había dos proyectores porque cada rollo tenía una duración de entre 20 y 25 minutos. Y había que estar muy atento", comenta.

En tres años, aprendió el oficio y a los 18 subió de categoría para llegar a ser operador.

De aquella época, guarda numerosas anécdotas. "Me acuerdo cuando tuvimos que cerrar porque se había muerto Franco. O de cuando se estrenó La Guerra de las Galaxias. Era Navidad. Nadie apostaba por ella porque era una película del espacio. Calculábamos que iba a durar ocho días en cartelera, ¡pero acabó aguantando dos meses!", exclama.

Los cortes físicos de la censura sobre el celuloide pasaron por sus ojos. "En los rollos, se veían marcados porque los empalmes no pueden ocultarse", apunta. También recuerda la "gran relajación" con la que se tomaban la obligación de proyectar el NO-DO entre película y película. "Cuando el portero nos decía ´no hay moros en la costa´, es decir, no han venido los inspectores de cultura ni ninguna autoridad, ni lo poníamos", relata.

Proyectar en 35 mm, envuelto por el ruido del celuloide girando, ha sido un regalo para Riutord, porque requiere de una profesionalidad y unos conocimientos que muy pocos atesoran hoy día. "Me lo pasaba muy bien cuando teníamos que cortar la película de reposición porque nos pasábamos de las tres horas que había que cumplir. Era muy divertido cortar las persecuciones de los westerns", evoca. "Además, con 35 mm tenías que estar muy atento porque podía haber un desenfoque en la pantalla u otros problemas que requirieran de tu intervención inmediata", apunta. Sin duda, su trabajo "ha perdido el romanticismo" de sacar la película de la lata y colocarla en el proyector. "Ahora los filmes llegan en discos duros que sólo hay que conectar. Y basta con programar por horas lo que se ha de proyectar. Los operadores ahora mismo ya no estamos en la cabina, sino que estamos en el cine recibiendo a la gente o avisando a Madrid si el sistema se estropea. No podemos arreglarlo nosotros", apunta algo decepcionado. "El negocio ha cambiado muchísimo: cuando yo empecé en el Borne había 30 empleados. Ahora un cine puede funcionar con tres personas", sostiene.

"El cine Borne cerró en el 88. Ya no se ingresaba lo de antes y los hijos de los dueños se dedicaban a otros negocios", relata. Fueron los años en que la televisión y los videoclubs le plantaron cara a las salas. "Después de un año en el paro, me ofrecieron trabajar en el Metropolitan, cuando abrió como multisalas", explica Riutord, quien hizo en el cine de la zona de Pere Garau de taquillero y operador. "Fueron años en los que la gente iba bastante al cine. Se estrenaron grandes películas como El silencio de los corderos", comenta.

Entre el 93 y el 98, fue proyeccionista en el Rívoli y después en el Lumière, cuyo fundido a negro definitivo también vivió en primera persona.

Al poco, su savoir faire fue rescatado por el gerente de los Renoir del Escorxador, Pere Bonet. Trabajó hasta 2013 en el cine de Enrique González Macho, ejerciendo de gerente en los últimos tres años. "Había un público respetuoso, culto y educado", indica. Riutord vivió el cierre de estos cines y el nacimiento de una nueva ilusión, CineCiutat. vivió el cierre de estos cines y el nacimiento de una nueva ilusión, CineCiutat."Es un reclamo, algo positivo, pero creo que no ha acabado de funcionar bien este cine por motivos de gestión interna", sostiene crítico. "Es uno de los motivos por los que me he ido antes de llegar a la edad de jubilación", confiesa. "CineCiutat ha vivido uno de sus peores momentos entre julio de 2016 y ahora", detalla. "Tampoco se han mejorado a lo largo de estos años las instalaciones. Me apena que no se les haya dado una oportunidad a buenos profesionales y a gente fuerte económicamente que podrían haber conseguido que este proyecto funcionara bien", concluye.

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