En el zurrón de los aspectos positivos esta película se atreve, por fin, a alinearse con los que sostienen que el ser humano no sólo no es moralmente superior a otras especies (aquí lo limitan a simios), sino peor por su afán de aniquilarlas sin piedad. Las tribulaciones de César, el mono alfa, son más complejas. Se debate entre su tendencia natural a evitar la violencia siempre que pueda (al contrario que Koba, su rival en el anterior filme de la serie) y un intenso deseo de venganza cuando matan a su mujer e hijo. Este tema tiene resonancias bíblicas y está bastante bien desarrollado. También se agradece que por fin se reconozca que entre los animales puede haber/hay individuos con personalidades muy diferenciadas. Por fin (aunque no se citen) las tesis de primatólogos como Frans de Waal o Robert Sapolsky se hacen hueco en la gran pantalla.
Todo ello son grandes avances. E incluso se puede calificar el filme como el mejor de la serie después del irrepetible (inevitable) original de 1968. En la cara B estos temas bien desarrollados se envuelven con demasiados guiños al público palomitero. La niña blanca y el mono payasete son personajes para provocar sonrisas y lágrimas fáciles. El personaje de Woody Harrelson fusila de mala manera al Kurtz de Apocalypse now. Hay un batiburrillo de muchas especies de monos y simios que jamás se juntarían, ni a la desesperada. Y el desenlace (spoiler) con la barricada y el alud es precipitado y simplón. Conclusión (evidente), aunque el filme suma buenos guiños al público más inquieto sigue siendo muy, muy comercial.