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Opinión

Paradoja Dylaniana

Paradoja Dylaniana

Nunca llueve el Nobel a gusto de todos y Bob Dylan venía sonando como nobel de Literatura desde hace varios años, aunque no nos lo creyéramos. ¿Mala fe? ¿Desprecio? En absoluto. Si alguien lleva toda la vida acompañándonos e interpretándonos, ése es Dylan. Si en alguien podemos hallar la mayor parte de fragmentos del tiempo perdido, ése es Dylan: a cada época de la vida, éste o aquel LP. Incluso si hay algunos años donde Dylan no está, es porque nosotros no estábamos entonces en modo Dylan y no al revés. Porque si alguien cuenta nuestra vida

-por larga que sea- y nuestra muerte

-Dios quiera que tarde en llegar-, ése es Bob Dylan. Hemos amado y hemos perdido y hemos escrito y pintado y bailado, con Dylan al aparato. Lo creamos o no, es el poeta de un tiempo que hemos visto nacer y vemos cómo se está muriendo, sin apenas darle un momento para hacer testamento. Gracias a Dios -de nuevo- está Dylan. Y nos guste Bob Dylan o no nos guste, él es nuestro contemporáneo, el judío errante, el bardo eterno, el poeta de su tiempo, con el rostro pintado de blanco y el khol alrededor de los ojos, como una imagen medieval de la muerte, con la guitarra sola o con The Band y todo el voltaje eléctrico del mundo. El hombre que siempre está reinventándose sin dejar nunca de ser él mismo y una armónica. El hijo de Woody Guthrie.

Nosotros tampoco seríamos los mismos -nuestra mejor parte, quiero decir- si no existieran sus canciones: de Like a rolling stone a Just like a woman o Knockin´ on Heaven´s Door y entre ellas, un aluvión de títulos, letras y músicas que no caben en una página de diario y son, entre todas, miles de páginas de diario. Pero, ¿es Dylan un Nobel que deseáramos? ¿Quería Dylan ser premio nobel de Literatura? ¿Queríamos, los que lo amamos, el nobel para él? ¿No estaba -no vivía- más allá de ser nobel? Como podían estarlo, digo, Ferlinghetti o cualquier otro poeta de la Beat Generation mientras fueron, ya que no todos continuaron -al revés que Dylan- siendo lo que eran.

Este año debía ser el año de Philip Roth, uno de los grandes acorazados de la novela anglosajona, versión norteamericana, que desde el siglo XX es la más potente. Roth abandonó la escritura hace unos años con la sabiduría, tan poco frecuente, de quien sabe que ya ha dicho todo lo que podía y tenía que decir. Queriendo a Dylan, esperábamos que Roth -el gran autor de La mancha humana o Pastoral americana- hablara este mediodía de escritura y literatura a los medios de todo el mundo. Impávido y con americana y corbata y 82 años estupendos. Algo habría cambiado quizá, en el mundo. Con Dylan, no. Con Bob Dylan nobel, oh paradoja, llega el reconocimiento de que todo lo que amábamos ya no está, ni se le espera. Y él es de los pocos que no tiene la culpa.

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