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A tiro

Huevos contra ovarios

Seguimos avergonzándonos de nuestro cuerpo, de mostrar nuestras partes más íntimas incluso cuando lo que se está representando es el momento más poético y misterioso del mundo: el alumbramiento de una nueva vida. De algo que deberíamos contemplar con ojos extasiados por ser el acto de belleza más radical que existe: parir. La supuesta vergüenza a la que me refiero la ha provocado una obra de la artista Lluïsa Febrer que documenta la gestación en el vientre de una mujer hasta el momento del parto. La pieza en cuestión, un conjunto de dibujos a la vista desde la calle Set Cantons de Palma, ha recibido el ataque de algún/a mojigato/a que lanzó huevos para dañarla. El resultado final: comunicado de condena por parte de la Associació d´Artistes Visuals y más propaganda para Lluïsa. Bien por ella.

Pero pensemos un poco: ¿por qué la imagen de algo tan natural como una vagina dando a luz a un bebé ha provocado repulsa en un ciudadano y no la valla con la cara de una modelo deformada a golpe de Photoshop? ¿Por qué preferimos una mentira que la verdad? ¿Por qué la reproducción sexual es en esta sociedad un asunto del ámbito privado y no público, de Estado? ¿Acaso no tienen todas nuestras madres vulva? ¿Lanzarán huevos los mojigatos a su televisor cuando vean a un político corrupto negando la mayor con su chulesca testosterona? ¿O cuando un futbolista se quita la camiseta para celebrar un gol? ¿O cuando en la Ruleta de la fortuna la azafata que le da la vuelta a las letras es siempre una mujer de menos de 25 años que viste ceñida y exhibe nalga? El sonrojo es sexista y desaparece ante una corbata o una joven bonita.

Las mujeres sólo podemos mostrar un único rostro en el escaparate: el de la juventud; perfecto, terso y photoshopeado para matizar cualquier imperfección. Es tal el retoque que ya apenas distinguimos a las modelos entre sí. Ayer estuve mirando fotografías de algunos iconos de la moda de los años 60 -Twiggy, Veruschka, Jean Shrimpton, Edie Sedgwick y otras instantáneas del fotógrafo Richard Avedon- que transmitían singularidad: ojos demasiado grandes, bocas finas, mejillas excesivas, rostros huesudos... Cuánta irregularidad y extravagancia. Cuánta belleza. Y luego continué con mi búsqueda para acabar con los crímenes que el bisturí perpetró contra Jessica Lange, Kim Novak o Faye Dunaway, a la que hoy no reconoceríamos si no fuera por los pies de foto. La idea de que se puede engañar al tiempo a base de retirar la piel sobrante ha llegado también a los genitales. Y es precisamente en todas estas cuestiones sangrantes donde pone el dedo Lluïsa Febrer y ese sexo abierto de par en par, dilatado. Su obra se opone a todo este engaño de vaginas infantiles y filtros de Instagram; para mí, la cirujía estética de los pobres.

Esos huevos lanzados contra el Mirador no iban dirigidos exclusivamente a los dibujos de la mallorquina, sino a la libertad de creación y al atrevimiento a pensar diferente, al atrevimiento a exigir un lugar y escaparate distintos para la mujer, a la osadía de dibujar un coño -disculpen la palabra si les molesta- y hacer con él lo que le ha dado la gana.

El caso de Febrer pone de manifiesto que las mujeres vivimos siempre alerta, defendiéndonos de ese machismo de baja intensidad que está más presente de lo que denunciamos para que no parezca que padecemos amargura. Si nos pasamos, nos tiran huevos. Huevos contra ovarios.

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