Ignacio García de Vinuesa (Madrid, 1967) tiene en su currículum la ejecución de proyectos como el restaurante del hotel más grande del mundo, el MGM de Las Vegas. Es uno de los arquitectos e interioristas internacionales más solicitados, hasta el punto de que tiene estudios en varias ciudades de Europa y América Latina.

-¿Cómo trabaja con centros tan alejados y con un público tan diverso?

-Se trabaja en el avión. Todo empezó como una aventura personal en Colombia hace cinco años, pero fue un momento fantástico para coger el tren del Caribe y vadear la crisis. Mi mejor tiempo de la semana es cuando me subo al avión. No hay teléfonos, ni nadie que te dé la vara. Es cuando creo.

-¿La globalización ha unificado gustos?

-No, aunque en el fondo siguen teniendo nuestros genes.

-¿No hay, pues, tanta diferencia entre unos y otros?

-No, no hay tanta. Hay grandes ventajas. En EE UU, Colombia, Panamá, República Dominicana todo es más grande, más brutal. Se valora más el diseño. Aquí siempre hemos sido reacios a poner un decorador o un arquitecto en tu vida. Era complicarte o que te saliera todo más caro.

-A la hora de realizar un proyecto, ¿piensa en el espacio o en el cliente?

-Mi eslogan es realizar los sueños de los clientes. El que te encarga su casa, un restaurante, un hotel en el fondo está llevando a cabo un sueño. Más grande o más pequeño, pero un sueño. Y eso es lo que tenemos que hacer. Ahí es donde entra el arquitecto psicólogo. Tenemos que captar lo que quiere y hacerlo. Hay arquitectos y decoradores que tienen su estilo, y les contratan por eso. Nosotros somos todo lo contrario. Hago casas que no me gustan pero hay que conseguir que el cliente se sienta a gusto. Para ello no puedes imponer tu estilo.

–¿Qué exige su clientela de alto nivel?

-Tenemos de todo. En eso hay mucha diferencia entre el público americano y el europeo. El europeo, y sobre todo el español, es mucho más austero. En el mundo anglosajón, cuando alguien se compra una casa le da igual la cantidad. Siempre piensa que se tendrá que gastar al menos lo mínimo que le ha costado para arreglarla. Eso es impensable aquí.

-¿El mercado de la vivienda está muerto?

-Nadie quiere hacerse una casa. Todos esperan a que mejore. Pero, en la hostelería el negocio sigue existiendo. Lo gracioso es que gente que antes decía que había que renovar ahora cree que no hace falta porque llega el turismo del norte de África, o se dan cuenta de que es el mejor momento.

-¿Qué es lo más raro que le han pedido para un interior?

-Poner alfombras y lámparas de la Real Fábrica en el estadio Bernabéu. Un proyecto moderno que se ganó en un concurso, pero que el cliente pidió eso.

-¿Qué opina de ese diseño barato de centros como Ikea?

-Estos fenómenos como Ikea, al que admiro muchísimo, han hecho cambiar la concepción del interiorismo en las capas más bajas de la sociedad. En todas mis casas ha habido algo de Ikea. Han hecho una gran labor de educación, y no creo que todo sea malo o se rompa.

-¿Qué se lleva?

-De todo. Lo que mejor define nuestro siglo es que todo vale. Pero hay que saber combinar. En el fondo es un reflejo de la sociedad plural en la que vivimos.

-¿Hay algún edificio emblemático o casa singular que le gustaría rediseñar?

-Me gustaría hacerle la casa a un presidente de Gobierno. Me da igual cuál. La Moncloa es un edificio magnífico pero con un interiorismo patético. La imagen está obsoleta. La casa del primer ministro británico es clásica, pero no tiene las cortinas raídas.

-¿En 40 metros cuadrados se puede crear algo?

–¡Y en menos! Es mejor espacio hacia arriba que hacia los lados, y jugar con el volumen.