No saber dónde vives produce cierta inseguridad y ahora mismo ignoro si duermo en Palma, Ciutat, Palma de Mallorca o, simplemente, en una ciudad sucia. Puestos a especificar para ahorrar confusiones, la denominación ideal sería Palma de Mallorca de España de Europa, y así sucesivamente. La voluntad de precisión obligaría a adjuntar la latitud y longitud exactas. En buen mallorquín, el que no sea capaz de distinguir a la única Palma de ciudades con el mismo nombre, que vaya a otro sitio. Con diez millones de visitantes al año, nos podemos pedir el desvío. La incomparable localidad de Palma del Río necesita quizás la promoción adicional de un apellido, y por qué habríamos de ahorrarle el viaje suplementario a quien cree que estamos en Las Palmas. Dado el apego por la redundancia de nuestro aristocrático alcalde, pasaremos a llamarle Mateo de Mallorca. O Mateo von Mallorca, en atención a la extracción preponderante de su súbditos.

Se llama Palma a secas, sin aditivos ni paliativos. Bastante desgracia arrastra ese nombre, para cargarle la responsabilidad a la inocente Mallorca. Miles de turistas traicionarán su fidelidad a Magaluf o Cala Millor, si advierten que veranean cerca del desacreditado núcleo palmesano. Pese a nuestra radical defensa del nombre austero, nos emociona que Mateo de Mallorca se haya solidarizado con la peripecia de Urdangarín, todavía duque de Palma de Mallorca por si se necesitaban más pruebas de la degradación de este topónimo.

Nadie adiestra a un columnista para defender el buen nombre del lugar que habita. Demasiadas ciudades se llaman Palma, pero no son la mía. Agradecemos en todo caso la sensibilidad del PP castellanobalear, porque la primera propuesta de sus dirigentes consistía en rebautizar la urbe como Palma de Madrid. Este barullo se debe a que los tres presidentes –Mateo de Mallorca, Salom de España y Bauzá de Infantería– se sienten más importantes que sus circunscripciones. En cuanto a la capital de la isla, es la Vía de Cintura, donde se concentra la auténtica vida ciudadana.