Mariano Rajoy no ofrecerá ninguna rueda de prensa en toda la campaña electoral. De modo que todo lo que sepamos de lo que le corre por dentro en estas semanas previas a su más que probable advenimiento será producto de las mentes de sus publicistas, estrategas, asesores y colaboradores. Material enlatado. Imágenes preseleccionadas y opiniones elegidas para lograr un fin muy concreto: que el candidato no meta la pata y se caiga de la ola que le lleva directo hasta la playa del triunfo. El que quiera pronunciamientos que ponga la oreja a Sarkozy, a Papandreu o a Esperanza Aguirre. El que sufra mono de hacer preguntas que se las dirija a Guardiola, que contesta siempre y democráticamente (y de momento no le va tan mal). Los electores van a llegar al 20N sin saber qué opina el ser humano Rajoy, pero con una idea meridianamente clara de que el difuso producto denominado Rajoy es lo que conviene. El programa electoral del Partido Popular tampoco contribuye a la claridad, pues sus postulados se han inscrito en términos deliberadamente ambiguos. Las televisiones autonómicas ´podrán´ ser privatizadas, incluye el ideario conservador. Qué cachondos. Semejante presupuesto sería un avance ético de proporciones inauditas para el caso de la balear, que llega a las elecciones generales con un conseller a los mandos y aquí no arde Troya.

Rajoy no va a dar ruedas de prensa aunque se acabe ETA, aunque se hunda el euro, aunque Camps se siente en el banquillo, aunque un satélite en desuso caiga sobre nuestras boinas. Sin embargo, puede usted mandar sus preguntas a las diversas redes sociales, que el candidato/avatar las responderá con mucho gusto y con un grado de vaguedad que seguro que dejará a todo el mundo bien satisfecho. El desprestigio del periodismo consiste en convertirlo en algo que cualquiera puede hacer sin manuales, ni libro de estilo, ni preparación, ni espíritu crítico. Y gratis, por afición, a ratos perdidos desde el móvil. Una entrevista es un diálogo a dos bandas con coherencia interna, pero se hace cundir la idea de que consiste en una simple sucesión de interrogantes repetitivos, inconexos y a menudo mal documentados. Preguntar es un oficio que se aprende, se mima y se practica, a nadie se le ocurriría proponer ´opérese usted mismo´ o ´ahórrese el mecánico: que cada uno de sus vecinos meta la mano en el motor de su coche, a ver si acaba por sonar el claxon´. Plantear una cuestión difícil a un gestor público, interrogar, insistir y exigir respuestas veraces sobre temas importantes que afectan a la comunidad se venía haciendo de manera profesional. Los monólogos y el amateurismo de ´tengo una pregunta para usted´ suelen ofrecer el resultado de un churro, informativamente hablando. Un pastiche más o menos entretenido, pero que rara vez llega al fondo de las cosas.

Preguntar es casi un arte. Basta ver uno de esos canales de la TDT en los que te echan las cartas o te adivinan el futuro en el humo de unas velas. Si esta noche Mariano Rajoy llamase para plantear: "¿ganaré las elecciones?", el augur de turno le contestaría: "sí, lo harás". Y si al minuto siguiente Alfredo Pérez Rubalcaba indagase sobre lo mismo, se llevaría idéntica contestación. Porque ninguno ha especificado si las generales del 20 N, las de dentro de cuatro años o las de su comunidad de vecinos. Todos tan contentos. Preguntando ya no se llegará a Roma, pero sin responder se va derecho a la Moncloa.