Puesto que prostituimos nuestro territorio, hagámoslo con cierto brío y, ante todo, con puntualidad germánica. Ardua labor cuando no hay una huelga de controladores aéreos, pero hay una no huelga de controladores, que a Mallorca le empieza a salir muy cara en el segmento más codiciado de sus visitantes. El verano cuenta entre sus inconvenientes con la obligación de departir con madrileños, confortablemente instalados en una geografía donde invierten cantidades muy apreciables. Tradicionalmente explicaban a sus compatriotas que la isla les convenía porque "un vuelo Barajas-Son Sant Joan dura el tiempo de leer un periódico". Nunca más. Las interminables esperas permiten hoy devorar el Ulises de Joyce, casi a riesgo de entenderlo.

Quede claro que hablamos de curtidos viajeros profesionales, no de turistas eventuales que se desesperan ante un retraso puntual porque será la mayor aventura de sus vacaciones. Narran demoras sistemáticas de tres horas, más allá de los márgenes del agosto de los retrasos obligatorios. Por primera vez hablan de que "cada vez nos da más pereza venir", y será difícil que in absentia envíen sus euros por correo. En el magma de propiciadores de la no huelga se entremezclan los propios pasajeros, los pilotos, las compañías, Aena y los controladores. Por una vez, la sabiduría mallorquina de no reaccionar ante lo inevitable puede resultar contraproducente.

En La peste o en Un enemigo del pueblo, la sociedad contaminada se niega a admitir la fuente de su enfermedad. Desanimar a quienes se empeñan insólitamente en costear esta Mallorca se asemeja a un ejercicio suicida. En mi despreciable experiencia personal, Palma-Barcelona-Palma supuso doce horas de trayecto en su última edición. En la muy activa no huelga de controladores, todos los sectores afectados esgrimen argumentos de peso. Sin embargo, hay algo peor que no avenirse a razones, y es avenirse a todas las razones. Una solución de emergencia consiste en anunciar los vuelos dos horas más tarde, para reducir los retrasos a la mitad.