Se llama ´deuda indigna´ a la que se produce cuando el prestamista sabe que el hipotecado no podrá saldarla. Quiere decirse que no merece ser devuelta. También es nula de derecho la conocida como ´deuda odiosa´, que es la que un banco otorga a un gobierno ilegítimo. Decimos esto porque, pese a ser evidente, se habla poco de ello. Hasta el estallido de la crisis, los bancos produjeron deuda indigna por un tubo. Un capitoste de la central telefoneaba a un director de sucursal y le decía:

-Muchacho, tienes que conceder cien préstamos hipotecarios antes de enero, de otro modo nos quedamos sin las recompensas de fin de año.

El director de la sucursal se apostaba entonces a la puerta del banco y, en una especie de atraco inverso, invitaba a entrar al primero que pasaba. Aunque el primero que pasaba ganaba 1.000 euros al mes, el ejecutivo le convencía de que podía meterse en un préstamo de 850.

-Dé usted una vuelta por el barrio, busque un piso que le guste y nosotros le prestamos el dinero para que se lo compre.

-Pero oiga, si solo gano 1.000 euros.

-Mil euros son una fortuna, hágame caso, no pierda por timorato la oportunidad de su vida.

La casuística es abundante. Pese a que ya entonces el Banco de España avisaba un día sí y otro también de que la vivienda estaba sobrevalorada en no menos de un 30%, los bancos privados efectuaban tasaciones disparatadas.

-Si usted no puede hacer frente a los plazos –informaba el ejecutivo bancario–, no pasa nada. Vende el piso por un 20% más de lo que le costó y todavía se gana un dinero. Se lo quitarán de las manos. No pasa nada.

Sí pasaba. Está pasando ahora y no sabemos cuánto durará la procesión. La deuda privada tiene el tamaño de un tsunami, que aún se encuentra en fase de coger carrerilla para inundarnos a todos. Gran parte de los indignados del movimiento 15-M pertenecen seguramente a familias sometidas a deudas indignas. Tales deudas se deberían revisar porque, como las odiosas, no obligan o no deberían obligar al deudor.