Me pregunta un vecino que por qué salgo de casa todas las mañanas a la misma hora y regreso al rato con cuatro o cinco periódicos sin sus sartenes (las abandono en la primera papelera con la que tropiezo). Por hábito, digo yo, observando las manchas de tinta que los diarios han dejado sobre la manga de mi chaqueta (tengo que llevarla al tinte). Mi vecino, un prejubilado joven, me observa con curiosidad. No comprende que una persona como yo, familiarizada con la Red, continúe enganchada al mundo analógico. No sabe que antes de salir a comprar la prensa le he echado un vistazo a través de Internet. Además, he escuchado la radio y he visto la tele. Me lo sé todo, pues. Continúo comprando los periódicos de papel por hábito.

Pero no sólo por hábito. Creo que los compro para descansar un momento, para detener el mundo unos instantes. La diferencia entre el periódico digital y el analógico es que en el primero, cuando llegas a la última página, ya ha cambiado la primera. Leer un diario en el que las noticias no se modifican, ni desaparecen, apenas las has atravesado rebaja la ansiedad. Es muy tranquilizador saber que, cuando te encuentras en Deportes, la sección de Nacional continúa idéntica a sí misma. Y no porque la realidad nacional no haya cambiado, sino porque no hay modo de incorporar los cambios al papel impreso. Deténgase el mundo unos instantes, dennos ustedes un respiro. Ya sabemos que el mundo gira y gira en el espacio infinito con amores que comienzan, con amores que terminan, con la penas y alegrías de otra gente como yo. Pero finjamos que ha dejado de girar unos instantes, el tiempo de la lectura de un diario de papel.

Tropiezo con mi vecino al día siguiente y le confieso que sigo comprando los periódicos de papel también para hacerme la ilusión de que la realidad se detiene a ratos. Entonces me pregunta qué rayos hago con las sartenes. Cuando le digo que las abandono en una papelera, me pregunta si no me importaría dárselas a él. Comprendo entonces que no lee ninguna clase de diarios. Que su única preocupación era qué hacía yo con las sartenes. Y comprendo en ese mismo instante que me he hecho mayor.