Entiendo lo que les ha pasado a los de la CIA, a mí me ocurre lo mismo con demasiada frecuencia, y a mi modesta escala. No me leo todo lo que cae en mis manos, lo confieso, muchas veces por falta material de tiempo, y muchas otras por pereza y por pensar que ya sé lo que me van a decir. Lo llamo descarte automático, y no siempre acierto.

Verbigracia: te compras un rimel de última generación, y llega con un manual de instrucciones de cuatro folios. Tiras dicho libreto a la basura y te aplicas el producto como lo has hecho siempre, pero cuando ya se está terminando (el rimel es como la paciencia de Antich, que nunca se sabe si se está agotando o aún queda una buena cantidad en los rebordes que te permita tirar una semana más sin cambiarlo), te das cuenta de que en la parte de atrás llevaba un expendedor de otra especie de gelatina, algo que da ese toque final que hace que las pestañas parezcan los abanicos de Locomía. Y tú ni te habías enterado, y habiéndolo pagado a doblón, has lucido los grumos sosos de toda la vida, lamentando haber gastado tanto dinero en un rimel que ni fu ni fa. Por no dedicarle un minuto al prospecto. Por eso comprendo a los espías norteamericanos, enterrados bajo toneladas de informes remitidos por los servicios secretos de todos los estados amigos, e incapaces de pronosticar que un agente doble que se había dado más publicidad que Belén Esteban se inmolaría matando a siete compañeros en Afganistán, o que un terrorista denunciado ante las autoridades por su propio padre intentaría volar un avión en Detroit con sus calcetines bomba.

Obama, que es bueno incluso cuando se pone obvio, dijo que "el sistema ha fallado sistemáticamente". Por fin alguien que se cabrea con la incompetencia a escala planetaria, algo hemos avanzado. Mi psicólogo, que es más listo que Obama, ya me reveló hace años que demasiada información confunde tanto como su carencia, cosa que me consternó en mi condición de periodista. "Saber demasiado hace que te líes, te precipites, extraigas conclusiones erróneas y adelantes acontecimientos que probablemente no ocurrirán, sufriendo para nada", argumentó. En efecto, en algunos momentos de mi vida he tendido a acumular datos, hechos y rumores mezclados, incapaz de discernir unos de otros, en un magma que acababa por explicarse solo y mal, dada mi dificultad para interpretarlo. "Ciérrate de orejas", me recomendó mi terapeuta y le hice caso y soy mucho más feliz. Sabio consejo aplicable sobremanera a los tiempos revueltos que vivimos, y que yo ofrezco al amigo americano en su versión 007. Contraten documentalistas, y cerebros especializados en cruzar datos. Digan a sus colaboradores que paren de enviarles morralla, que sean escuetos. Hagan un ERE de soplones, eliminando a los que hinchan los dossieres para epatar con sus conocimientos y a los mandos intermedios expertos en fugas de información. Dejen de pinchar los teléfonos de todo bicho viviente, porque todo humano resulta un potencial sospechoso, y céntrense en los malos plausibles. Saberlo todo de todos nosotros es más fácil que cribar, pero parece evidente que no está dando resultados.