La confesión que hizo Jaime Colomar, meses antes de morir, sobre el lugar donde estaba enterrada su esposa en la finca Son Llebre de Son Ferrer ha confirmado las sospechas de sus hijos. La extraña desaparición de Maria Pujol hace 36 años les hizo temer que su padre pudiera haber acabado con su vida. Su brutal comportamiento acalló durante más de tres décadas cualquier atisbo de rebelión en la familia.

"Mi padre era malo. Fue un maltratador y yo fui víctima de abusos sexuales", admite Francisca Colomar. Solo la muerte de su progenitor, el pasado 4 de febrero, le ha permitido armarse de valor y superar el imperio del terror que había instaurado Jaime Colomar entre sus vástagos en su domicilio de Son Ferrer.

En 1977 fue la última vez que Maria Pujol fue vista por sus hijos. "Mi padre siempre nos decía que mi madre se había ido con otro", recuerda Francisca Colomar. Nadie se atrevía a cuestionar la afirmación paterna.

El hallazgo fortuito del carné de identidad de Maria Pujol en la casa dejó a las claras que Jaime Colomar quería borrar a toda costa cualquier vestigio de su esposa. "Me arrancó el DNI de las manos y lo tiró al fuego. Luego me hizo sacar todas las ropas de mi madre y quemarlas", recuerda Francisca.

Tras la desaparición de Maria Pujol, la brutalidad del padre con sus hijos se había convertido en un hecho cotidiano. Acostumbrado a azotar al ganado con un palo, trasladaba su destreza con las reses al hogar. "Mi padre me pegaba con una vara de olivo. No había motivo alguno. Solo que iba borracho y nunca dejó la bebida".

Mucho más traumáticos fueron los abusos sexuales continuados que padeció Francisca Colomar a manos de su padre durante un lustro. Desde que tenía doce años hasta los 17. "A partir de los 13 años mi vida fue un infierno", reconoce Francisca sin ambages. "Durante cinco años abusaba de mí cuando él quería", recuerda la hija de Jaime aún apesadumbrada.

Al cabo de los años, cuando ya había llegado a la madurez y hacía ya tiempo que no vivía bajo el yugo paterno, Francisca Colomar fue capaz de denunciar a su padre por los abusos sexuales a los que fue sometida. "El caso iba a llegar al juzgado, pero le teníamos mucho miedo. Nos amenazaron y nos retiramos", recuerda.

"No teníamos la menor duda de que podía matarnos", apunta en referencia a su padre. Una frase que el repetía les martilleaba la cabeza. "Siempre decía ´me da igual uno que ochenta´. El miedo nos atenazaba".

Francisca es la mediana de los nueve hermanos. Seis hombres y tres mujeres. En el momento de la desaparición de su madre, el mayor tenía 21 años y el más pequeño tan solo dos. Ella, once años. Las tres niñas, ahora mujeres, reconocen haber sufrido abusos a manos de su padre.

"El día que cumplí 17 años mi padre me echó de casa. Ese fue mi regalo de cumpleaños", afirma apesadumbrada Francisca Colomar. "Entonces tenía un novio y me veía con él los fines de semana. ´Ahí viene el que te huele´, me decía mi padre para avergonzarme". Cuando la hija le comentó a su padre que su intención en un futuro era formar una familia, Jaime Colomar no vaciló y la expulsó del hogar paterno.

Francisca tuvo que ser acogida en casa de uno de sus hermanos, pero no llegó a ser escolarizada. Ahora, a sus 47 años, reconoce que no sabe leer ni escribir. "Mis cuatro hermanos pequeños estuvieron acogidos en Nazaret (el centro de menores del Consell de Mallorca)".

El mítico programa Quién sabe dónde, de Paco Lobatón, se convirtió en la única herramienta a la que se pudieron aferrar los hermanos para conocer el paradero de su madre. A partir de este instante salieron a relucir muchos puntos oscuros de su padre, Jaime Colomar.

"A mi hermano Toni le dijeron en el programa que tenía que denunciar la desaparición para que lo pudieran sacar y fue a la Policía". El oscurantismo de Jaime Colomar empezó a quedar patente entonces entre sus hijos. "Creía que había puesto una denuncia en Andratx, pero nunca lo hizo. Lo único que hizo fue poner una demanda de abandono del hogar", asegura su hija.