Cuando Juan de Betancourt volvió en 1416 a la corte de Castilla después de la conquista de las Canarias, trajo consigo unos pajaritos que los indígenas criaban en sus jaulas por puro placer. Su canto armonioso les granjeó en poco tiempo una gran aceptación.

La afición a la cría de estas avecillas se extendió rápidamente entre la nobleza, hasta el punto de que no había corte europea que no se disputara la tenencia de los canarios. Su posesión constituía un claro símbolo de prestigio y de un alto estatus. La aceptación fue aún mayor en Francia donde la reina Isabel de Baviera era una apasionada de estos pájaros. De hecho, llegó a tener varias personas encargadas de las pajareras reales.

Con el paso del tiempo, la tenencia de estas aves se popularizó. Sus concursos se profesionalizaron por todo el mundo.