Con más de 2.000 fallecidos y 1.200 ingresados en UCI, el coronavirus no ha dado tregua en Madrid en la semana más crítica de la pandemia hasta ahora. La situación, cercana al colapso en numerosos centros, está llevando al límite al personal sanitario, que sufre escasez de medios de protección y carga psicológica por la atención a pacientes.

Efe ha recabado los testimonios de sanitarios, enfermeros en su mayoría, de siete hospitales madrileños, públicos y privados. Pese a las dificultades para desempeñar su trabajo, encuentran motivos para el optimismo en el compañerismo y en las altas médicas.

Conseguir material

"Yo ayer me puse un mono de mecánico y un gorro de natación", cuenta Delia -nombre ficticio-, enfermera del Gregorio Marañón. La falta de mascarillas, guantes o equipos de protección individual (EPIs) está forzando a los profesionales a "entrar casi a pelo a las habitaciones", según esta sanitaria.

"Los medios llegan a cuentagotas y, como no sabes cuándo llegarán, es una especie de psicosis continua, reutilizas cosas aun a riesgo de contagiarte", apunta Eduardo, enfermero del hospital Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes, donde Tania -nombre ficticio- admite haber usado bolsas de basura a modo de batas impermeables.

La carencia de material ha generalizado una sensación de sobreexposición al contagio entre unas plantillas que también se han visto afectadas por el coronavirus; los datos oficiales indican que el 12 % del total de contagiados en España son sanitarios. "Hay miedo y hay frustración. Nosotros queremos trabajar, de hecho yo he presentado síntomas y, como no me he puesto malo, he seguido (...) pero no podemos ir a pecho descubierto", declara Daniel, que en estos días hace jornadas dobles en un hospital privado de la capital y el Clínico San Carlos.

Varios enfermeros manifiestan haber recibido instrucciones para seguir trabajando pese a presentar síntomas leves de COVID-19. "Los protocolos los van modificando para que afecten menos a la plantilla. Si tienes un único síntoma leve desde hace menos de 72 horas, sigues yendo a trabajar", explica Eduardo.

Hospitales desbordados

La incesante llegada de pacientes está empujando al límite de su capacidad a los hospitales, forzados a tirar de ingenio: Delia y Daniel comentan cómo en sus centros se ha acondicionado toda estancia posible, como salas de espera o bibliotecas, para sumar camas extra.

Muchos coinciden en que la crisis ha superado con creces sus peores expectativas. "Varios médicos del hospital expertos en enfermedades infecciosas sí tenían miedo de que esto pudiera ocurrir. Nos prevenían de que lo que nos venía encima era muy grande, pero el resto nunca pensamos que pudiera tener esta magnitud", expone Rosana desde el hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, uno de los más afectados por la saturación.

Este problema no es exclusivo de los hospitales públicos. "En el privado donde trabajo hace ya tres días que a todas las ambulancias que vienen les decimos que se vayan porque no hay camas. Igual te viene una persona con un cólico nefrítico y no la podemos atender porque no tenemos ni medios ni sitio", reconoce Daniel.

El suyo es uno de los centros que, además, tiene problemas para evacuar a los fallecidos. "Nosotros tenemos un mortuorio, pero hemos tenido que acondicionar otro por el aumento del número de defunciones que estamos teniendo diariamente. Están apilados; no hay sitio", lamenta.

"Es casi medicina de guerra, se podía haber hecho mejor y eso habrá que denunciarlo a posteriori (...) Pero ahora tenemos la epidemia aquí, y cada uno está haciendo lo que puede", sostiene Blanca -nombre ficticio-, médico residente en el hospital Doce de Octubre.

Pacientes solos y asustados

"Que se muera un paciente en condiciones normales es duro, pero sabes que tiene a su familia y su apoyo emocional. Eso no está ocurriendo ahora, ahora se mueren, si puedes, dándole tú la mano. Pero otras veces cuando entras ya ha fallecido, y te vas a casa con ese estrés, con esa cara y con ese nombre en la cabeza".

El testimonio de Rosana sintetiza la cruda realidad a la que se enfrentan los sanitarios en esta pandemia: pacientes solos, aislados, sin otro contacto presencial que el de sus médicos y enfermeros. "Ayer una señora ingresó y se me echó a llorar. Me decía: 'Es que yo me voy a morir ya'. ¿Y qué le dices? Se te parte el alma", narra Antonia, que atraviesa su "peor momento" en casi 30 años de trabajo en una clínica privada.

El consuelo entre tanta tragedia está en los pacientes que se curan, ya en torno a 4.000 en toda la región. "Llevo 15 años trabajando aquí, a saber la de altas que habré dado, pero ahora cada una la aplaudimos como si no hubiera un mañana", dice Eduardo.

Carga psicológica

Todo ello se acumula en una carga psicológica que Delia define como "brutal". "Los primeros días yo me despertaba llorando por las noches", confiesa. "Estamos agotados física y psicológicamente, no estamos acostumbrados a que se nos mueran pacientes en tanta cantidad y de esta manera", añade Rosana, al tiempo que Antonia apostilla: "Intentas llegar a trabajar alegremente, con un 'buenos días', y lo llegas a hacer, pero salimos de los turnos hechas polvo, sin decir nada, sólo hay silencio".

La preocupación por los posibles contagios alcanza, además, a los hogares. Daniel ha tenido que pedirle a sus compañeros de piso "que se vayan a otro lado", mientras que Antonia ha renunciado a saludar a su familia "con besos y abrazos" al llegar a casa; lo primero es "ir directa a la ducha y echar la ropa a la lavadora".

"Estamos viendo lo más miserable que hay en la vida, que es morirte así, en estas condiciones", resume.

Compañerismo

Entre las escasas noticias positivas de los últimos días, Daniel destaca que "hay mucho compañerismo, aunque sea entre gente que no se conoce". "Nos estamos apoyando unas a otras como nunca. Ni siquiera para pedir mejoras laborales hemos estado tan unidas como estamos ahora", comenta Antonia.

Blanca alega: "Yo veo gente intentando mejorar la situación actual con los recursos que tenía en ese momento (...) Veo mucho ánimo entre la gente joven, cansancio pero no miedo, mucho trabajo en equipo, todos dándolo todo y conscientes de vivir un momento histórico".

"Cuando todo esto pase veremos que esto nos ha sacudido con la intensidad de un atentado terrorista. Será entonces cuando sintamos el estrés postraumático, por el momento sólo pensamos en intentar ayudar", declara Rosana.

De momento, no les queda más remedio que seguir trabajando por salvar vidas mientras pende sobre ellos el temor a pasar de sanadores a víctimas. "Ojalá la gente que se dedica a ayudar fuera inmune, pero por desgracia el bicho no entiende de eso", concluye Antonia.