El reloj marca las 11:05 de la mañana. Es viernes. Una música -los timbres ya no están de moda- anuncia el final del tiempo de recreo en el instituto palmesano Son Pacs. Rápido se vacía la cafetería, lugar donde algunos alumnos se despejan jugando al Fortnite o al Clash Royale, otros se besan y varios forman corrillos. En una aula de cuarto de ESO toca clase de catalán. A los jóvenes que van entrando les cuesta bajar la voz. Esconden los móviles. Colocan los codos encima de las inmortales mesas verdes. Atienden. Hay 25 adolescentes de entre 15 y 17 años y ninguno escogería el catalán para leer un libro. "Todo en castellano", dice una voz desde el fondo. Murmullan entre ellos. Una de las presentes, Alejandra Pérez, revela que no le gusta mucho leer pero, en caso de hacerlo, prefiere el español. "Me es más fácil entenderlo todo", responde a DIARIO de MALLORCA durante una visita al centro. De los jóvenes, 14 señalan que hablan catalán en el ámbito familiar; los 11 restantes, castellano. Todos aseguran tener la capacidad de leer en la lengua de Antoni Maria Alcover, -"hemos de hacerlo por obligación en el instituto"-, pero que se sienten más cómodos leyendo en español.

Alumnos que cursan cuarto de ESO en el instituto Son Pacs (Palma).G.B.

Esta encuesta realizada por este periódico con alumnos de Secundaria y que coincide con la celebración de la Setmana del Llibre en Català debe cruzarse con algunos datos recogidos en el estudio Hábitos de lectura y compra de libros en España. Según el mismo, en Balears, un 14,1 por ciento de lectores elige el catalán para leer frente al 80,1 que se decanta por el castellano; el 5,9 restante lo hace en otro idioma.

¿A qué se debe esta diferencia? Las razones son diversas y la primera de ellas sería la preeminencia social y mediática del español. Para Alejandra, alumna de Son Pacs, los motivos personales que le guían a decantarse por la lengua de Cervantes son tres: facilidad, comodidad y soltura.

En el centro Arxiduc Lluís Salvador (donde esta cabecera no pudo hacer fotos ni recoger los nombres de los testimonios porque los menores no tenían permiso de sus padres y madres), situado en la zona de Marquès de la Fontsanta, un grupo de primero de Bachillerato entra en clase saludando en francés, la asignatura que toca impartir ahora. Son las 9 y pocos minutos. "Bonjour, bonjour". En el aula, 25 alumnos. Cero otra vez: ninguno escogería un libro en catalán para leer, aunque tenga la capacidad de hacerlo. Llega la confusión cuando cinco de los presentes levantan la mano para confirmar que hablan catalán en su casa, aunque no con todos los miembros de su familia. Algunos compañeros se miran extrañados: "¿Tú hablas catalán? ¿Con quién?". "Con mi abuela", dice uno. En el aula, no solo existe la dicotomía entre catalán y castellano, sino que reina una gran diversidad lingüística. "El árabe es mi lengua", confiesa una de las alumnas en perfecto catalán. "Puedo hablar catalán y castellano, pero, si tengo que leer un libro por mi cuenta, será en el segundo idioma", cuenta. Como muchos estudiantes de Son Pacs, los del Arxiduc también recuerdan que tienen lecturas obligatorias en catalán, y que pueden leer en esta lengua.

Es curioso el caso de Adrià Ramon, alumno de cuarto de ESO del instituto de sa Pobla, Can Peu Blanc, quien enarbola el argumento de la costumbre o el hábito a la hora de elegir idioma para leer. A pesar de hablar normalmente en catalán en su entorno social y familiar, asegura que lee "más en castellano porque me va mejor. Estoy más acostumbrado". Y menciona tres títulos que ha leído en esa lengua: El príncipe de la niebla y Las luces de septiembre, de Carlos Ruiz Zafón, y A propósito de tu boca, el volumen de poemas del actor Jaime Lorente. "También he leído alguno de Sherlock Holmes", aclara.

En la part forana, la balanza es algo más generosa con el catalán. En la clase de Adrià, en sa Pobla, son 23. De ellos, 17 tienen el catalán como lengua materna, y cinco el español, y la mayoría asegura que lee indistintamente en catalán y en castellano. No salen las cuentas: algunos levantan la mano dos veces al ser preguntados por el idioma que prefieren para sus lecturas. Se miran y levantan los hombros. En sus rostros, gestos de indiferencia. "Es que me va bien con las dos, depende del libro", señala Carme Serra, una de las más participativas. Casi todas sus compañeras y compañeros están de acuerdo. "A veces leo en castellano y tengo que releer la página. En catalán no me pasa", dice Marina Perelló, a quien le gustan los "dramas". Margalida Payeras se muestra más práctica a la hora de escoger el idioma de lectura: "Muchos artículos que tenemos que leer para diferentes asignaturas del instituto son en castellano, así que cuando leo por mi cuenta prefiero que el libro sea en catalán".

Los jóvenes de la clase de cuarto de ESO del centro de secundaria Can Peu Blanc (sa Pobla). C.D.

También hay quien se inclina más por el castellano en Can Peu Blanc. Una de ellas es Bianka Rojas. "A mí me va mejor leer en castellano porque es mi lengua materna y es la que uso normalmente. Puedo hacerlo en catalán, pero me cuesta más", reconoce. Hay un momento de silencio y se le dibuja media sonrisa en la cara. Lo suelta, medio tímida: "Pero la verdad es que no leo mucho, porque muchas veces prefiero mirar una serie". Se crea un momento de barullo en la clase: son muchos los que, en un momento de tiempo libre, miran con un ojo un capítulo, mientras con el otro chequean sus cuentas de Instagram. Y no es solo Bianka quien prefiere hacer otra cosa antes que leer.

El hábito

Según un estudio de 2016, todavía inédito, elaborado por el Grup de Recerca Sociolingüística de Balears (GRESIB), en referencia a la lectura en catalán de jóvenes de las islas de entre 15 y 29 años, se recoge que el último libro que leyó el 22 por ciento de los encuestados estaba escrito en catalán, frente al 68 por ciento que había leído un libro escrito en castellano (el tanto por ciento restante lo había hecho en otras lenguas). Estos números se corresponden con lo que emana de las visitas realizadas por este periódico a estos tres centros: la mayoría prefiere el español al catalán. El peor dato llega cuando la pregunta es cuál es el último libro que han leído por su cuenta. Silencio. Muy pocos consiguen verbalizar un título.

De los 23 alumnos de la clase de cuarto de ESO de Can Peu Blanc, un 73,9 por ciento (17 personas) asegura sentir apego por la lectura, aunque señalan que leen más en verano que en invierno. Las páginas entran mejor entre helados, palas de playa y fotos con filtros que acentúen el moreno. "Durante el curso, con los exámenes del instituto, tenemos menos tiempo", comenta Carme Serra, "en la playa me gusta mucho leer". Muchos reiteran sus palabras. El porcentaje baja en los institutos de Palma. Tanto en el Arxiduc como en Son Pacs, solo 8 alumnos de las clases visitadas (de 25 personas cada una) declaran dedicar parte de su tiempo libre a la lectura; esto es, un 32 por ciento.

Los equipos docentes de los institutos se esfuerzan, a partir de diferentes proyectos, en instaurar el hábito de la lectura en sus alumnos. Pero sigue siendo bajo el porcentaje de jóvenes que se interesa por esta actividad. Prefieren el móvil (videojuegos, redes sociales), el deporte o las series. Y se les hace raro pensar que pueden compaginar estas otras actividades con leer. El fomento de la lectura es la asignatura pendiente de las instituciones y de toda la sociedad.