El teatro está oscuro. Frederic Amat ha proyectado una escenografía que es una suerte de habitación-retablo de la memoria. Agustí Villaronga y Blanca Portillo acaban de llegar al Principal. Cruzan el umbral y se dirigen a la platea. La actriz es la primera vez que visita la sala palmesana. Le impresionan su tamaño íntimo y la disposición de los palcos. Radiografía el espacio para medir el trasvase emocional que tendrá lugar cuando protagonice El testamento de María, basado en el título homónimo de Colm Tóibín y dirigido por el cineasta mallorquín. "Esta María contiene un aspecto que no se ha visto antes: humanidad. Es una mujer muy apegada a la tierra que cuida del campo y que vive entre sus objetos", explica Portillo. "Es una madre que siente un amor infinito por ese hijo que ha perdido", continúa. "Es una María despojada del halo místico y en la que puede verse perfectamente lo que debió sentir al ver morir a su hijo de una forma tan terrible. Es un personaje que muestra la posibilidad de asumir su responsabilidad y que quiere pasar a la historia como una mujer con sus debilidades y fragilidades y no como una heroína", prosigue Portillo, quien se alzó el pasado mayo con un Max a la mejor interpretación por su papel en esta pieza que se estrenó ayer en el teatro del Consell y que también se representa hoy (19 horas) y mañana (18).

Villaronga y la actriz advierten que el montaje, con el que llevan girando un año, "no es de verdades absolutas, no está en contra de lo que dicen los Evangelios", subraya la intérprete. "El tema de la fe está tratado con mucho respeto y plantea una interrogación en torno a María, si realmente pudo ser de otra manera diferente", agrega. "En realidad, hay poca información sobre la madre de Jesús en los Evangelios. Por eso creo que es honesto y hermoso darle voz a una silenciada, a una mujer en un mundo de hombres", observa. En este sentido, María "no quiere pasar a la historia como pretenden los evangelistas, al final ella da su opinión, se rebela contra la idea de que la historia no se cuente como fue. Aunque no deje de ser su punto de vista, sí estuvo allí viviendo los hechos", sostiene la actriz.

Tanto el director como la intérprete defienden que la María de Tóibín evoca a todas aquellas madres que han perdido hijos que han muerto por una idea. "Y eso es algo muy actual", incide Portillo. "Yo creo que hay que hablar de los silenciados y de las ideas que hacen que la gente muera", añade.

Villaronga supo del texto del escritor irlandés a través de Enrique Juncosa -autor de la traducción-. "Empecé a pensar en la dirección de la obra y salió la oportunidad. Es mi primera vez como director, pero tengo formación teatral porque estuve trabajando una temporada en la compañía de Núria Espert", explica. "Entonces inicié el trabajo con Blanca y vi que ambos teníamos unos planteamientos muy comunes sobre María", refiere. A pesar de ello, la actriz insiste en que "en la obra ha habido dirección. No hay cosa que me guste más que un director me dirija; es to es, alguien que defienda y justifique su idea, y me ayude a ponerla en práctica, y luego yo le pregunte si es eso lo que había soñado, y me diga que sí", comenta.

La mirada del cineasta Villaronga está contenida en la manera de narrar. La protagonista no relata la historia sino que la reaviva en directo a modo de flashbacks cinematográficos. "Yo no quería a una María anciana sentada en una silla, en su casa de Éfeso, en el exilio, contando cosas. Quería la vitalidad de una mujer que se mueve hacia adelante y hacia detrás dentro de su propia historia", señala el director. "Y precisamente por eso, no es únicamente un monólogo", aclara Portillo. "También creo que durante toda la función hay un primer plano sobre María y un lenguaje contenido", agrega la actriz. "Sí, yo tenía claro que lo importante era la actriz y que eso había que arroparlo. Por eso, la narración está hecha para que la lectura le sea sencilla al espectador y la emoción le llegue de manera más directa", conviene el mallorquín.

Mediterránea y lorquiana

Cuando Tóibín tuvo la oportunidad de contemplar a la María villaronguiana, no dudó en definirla como "mediterránea, lorquiana por momentos". "Es una mujer con los afectos y los pies en la tierra, y sin embargo no pierde la espiritualidad. Cuanto más en contacto está con sus emociones y contradicciones, más espiritual resulta. La humanidad es sagrada también", apunta la actriz madrileña. "Yo creo que a diferencia de la versión de Broadway, un montaje cínico y más distante, éste tiene mucho de tragedia y es muy vital. Tóibín decía que ahora ya no hay personajes de la Antigüedad Clásica que se puedan representar y que para él el personaje de la historia contemporánea que sí se podría representar es la Virgen María porque podía verter en ella la palabra y la acción", comenta el director, quien pensó inmediatamente en Blanca Portillo para personificarla. "Ella transmite las emociones de manera tan directa que puede provocar que a los espectadores se les trastabillen las ideas. El público difícilmente queda fuera de ese trasvase emocional", opina Villaronga. "En la sala, cada vez que la hemos representado, el silencio es sobrecogedor. Todo el teatro se tiñe de lo que sucede sobre las tablas", confiesa Portillo, a quien le gustaría volver a trabajar con el mallorquín.

Éste acaba de terminar el rodaje y montaje de El rey de la Habana -"ahora estoy con la postproducción del sonido"-, que se estrenará en octubre, y prepara su siguiente película, Incerta glòria. Asegura que le gustaría volver a dirigir una obra de teatro. Incluso confiesa que desearía poner sobre las tablas un fragmento de la novela Océano mar de Alessandro Baricco. La historia de un naufragio.

Teatro: El testamento de María

Lugar: Sala Gran del Teatre Principal.

Días de espectáculo: Hoy a las 19 horas y mañana a las 18.

Entradas: Entre 8 y 25 euros.