Alejandro Leonhardt Su aparente fragilidad sólo rehusaba la monotonía Louis 21. Carrer Sant Martí, 1 (Palma). Hasta el 3 de junio.

El diccionario define a un galerista como el propietario o responsable de una galería de arte, y una galería de arte es una sala destinada a la exposición y comercialización de obras de arte. ¿Sólo es eso? Porque ni todo el mundo que compra un cuadro es un coleccionista, ni cualquiera que pinta un cuadro se puede considerar un artista. Tampoco todo el que vende arte es un galerista. Un galerista no es solamente un comerciante, es indispensable que sepa conectar con el público y esté siempre dispuesto a atender; es una cuestión de carisma, de profesionalidad.

A pesar de esto, la primera exposición individual de Alejandro Leonhardt (Chile, 1985) funciona eficazmente en Louis 21, y no como relato, pero sí como arqueología del recuerdo. Como espectador se percibe como una propuesta de carácter conceptual, en la frontera del povera, por la limitación premeditada de los recursos expresivos, pero que Leonhardt logra romper con la memoria individual para conectar con la universal. Los suyos son objetos obsoletos y desplazados de su lugar original que reflejan realidades efímeras; en conjunto, se trata de una dislocación, de la desafección generalizada que envuelve a la sociedad contemporánea.

El artista chileno crea una situación a partir de todo lo que nos resulta cotidiano, transformando contextos aislados en mundos propios. La posibilidad de cambiar de lugar ciertos objetos, le permite reinterpretar la realidad, aunque con una cierta asepsia expositiva, que multiplica la presencia física y acumula interpretaciones, alguna con cierta ironía.

Si para Michel Foucault el archivo es la reserva de las cosas ya dichas, el filósofo Jacques Derrida lo asocia al arkhé, al principio fundamental que según la filosofía griega da poder a todo, y que hace que las cosas sean como son.