Chema Madoz (2000-2005). *Planta Noble del Casal Solleric. Passeig del Born, 27 (Palma). *Hasta el 8 de septiembre.

La fotografía del madrileño Chema Madoz (Madrid, 1958) se mueve entre el sentido del humor, la poesía y una cierta perversidad. Madoz es un poeta que va más allá, que descubre lo extraordinario dentro de lo cotidiano. Su lenguaje fotográfico juega con la representación de objetos mezclados de manera sorprendente, fuera de contexto o modificados, construyendo curiosas paradojas y significados antagónicos, siguiendo la esencia de mi siempre admirado Joan Brossa y de José Val del Omar, un director de cine contemporáneo a García Lorca o Luís Cernuda.

Premio Nacional de Fotografía en el año 2000, Madoz es uno de los artistas españoles con más proyección internacional, su arte contemporáneo es muy accesible, todo el mundo puede entender sus imágenes, aunque después de una primera lectura haya más capas por revelar. Fotos aparentemente sencillas que demuestran que no existe una única realidad.

La suya es una poesía sin límites, que pasa de la imagen a la palabra, buscando una comunicación moderna, sugerente, eficaz e inteligente. Sus imágenes trasmutan un mundo propio, un juego de objetos que tiene que ver con los objet-trouvé, la prestidigitación o el arte conceptual.

Hay una frase que resumiría su trabajo: "descubrir lo extraordinario dentro de lo cotidiano", objetos convertidos en poesía, sutil juego de paradojas.

Las fotografías de Madoz se convierten en una especie de escenario donde aparecen objetos o intervenciones en espacios naturales, que después del proceso fotográfico los manipula. El blanco y negro le sirven para establecer una cierta distancia entre la ficción y la realidad; la precisión técnica y la elegancia plástica definen sus obras. La mayoría de sus imágenes responden a un boceto previo para comprobar cómo la idea funciona visualmente.

Chema Madoz es un fotógrafo con una acusada personalidad artística, de eso no hay duda, posee el poder de sorprender con las cosas más simples y recuperar esa mirada infantil que cada uno hemos ido perdiendo con la madurez. Hemos de dejarnos sorprender.