Dado que Michelle Obama anunció el Óscar a la mejor película, el seguidismo español de Estados Unidos obligará a que el próximo Goya sea entregado por la princesa Corinna zu Sturmtruppen. En el momento de mayor degradación de los gobiernos mundiales, los espectadores viran masivamente hacia el cine político. Los Óscar han ratificado una orientación señalada por la taquilla. Argo, Lincoln, La noche más oscura, Los miserables y Django poseen un trasfondo ideológico y sus recaudaciones superan los cien millones de euros. La victoria final de la película dirigida por Ben Affleck sobre una expedición de los argonautas a Irán lanza el mensaje de que, en cine y en política, hay que andarse con cuidado con los minoritarios. Esta tónica se percibe en Hollywood con igual energía que en las elecciones catalanas o italianas.

La fragmentación de los Óscar certifica la calidad intrínseca de las nueve aspirantes a mejor película excepto dos, El lado bueno de las cosas y Bestias del sur salvaje. La insistencia en la aparente contradicción de que el director de Argo no fuera nominado olvida que hay nueve producciones contendientes, y sólo cinco cineastas aspirantes. ¿Preferiría Ben Affleck participar en ambas categorías y no obtener ninguna estatuilla, o estar incluido en ambas listas y obtener únicamente el galardón a mejor película? En su actual configuración, presume de dirigir el título del año y puede quejarse de la injusticia de su marginación personal. Es la posición ideal ser humano, sintetizar la victoria y la lamentación.

Mi teoría es que Spielberg se aburrió al final del rodaje de la brillante Lincoln, porque su frágil atención de adolescente se extravió en los vericuetos de las negociaciones parlamentarias. Para un espectador estadounidense, la ganadora Argo exhibe el atrevimiento de transformar en gesta triunfal una de las mayores humillaciones infligidas a Estados Unidos en el último medio siglo, la toma de su embajada en Irán con una liberación retrasada deliberadamente para que Reagan derrotara a Carter. La inteligencia del productor George Clooney consiste en endulzar la amarga píldora de la claudicación ante Jomeini, al tiempo que seduce al espectador europeo con la trepidante resolución en el aeropuerto -Óscar al mejor montaje-, donde te remueves en la butaca con una tensión que no alivia la conciencia del feliz desenlace. La magia del cine.

A la dogmática Kathryn Bigelow le faltó la cintura de Clooney, y La noche más oscura ingresa en los anales como un elogio de la tortura. La directora podrá presumir de que fue demasiado valiente para obtener estatuillas, cuando en realidad efectúa una apuesta ultraconservadora. Su carácter inflexible ha dañado las aspiraciones de Jessica Chastain, que debió obtener el Óscar por encima de una Jennifer Lawrence que a cada escena nos plantea el enigma sobre la cantidad de su belleza. Su premio se debe a que Hollywood necesita consagrar con urgencia una estrella indiscutible y que no necesite superar cada mañana el control antidopaje.

Michelle Obama quería premiar a Lincoln para ligar indisolublemente ambos linajes, en lugar de galardonar a Argo y recrudecer las relaciones con Irán. Por lo visto, la CIA no se atrevió a falsificar el sobre del Óscar, como se hace en los goyas. Se acusa a la película de Affleck de entonar un canto a la delirante agencia de espionaje contra los retrasados persas, pero la realidad es menos maniquea. La propuesta de rodar una película en Irán ridiculiza simultáneamente al país receptor y a la industria de Hollywood. El ladino Clooney no plantea una colisión entre dos conceptos de la política, sino de la estupidez. Con el apéndice de que la libertad siempre se filtra por los resquicios, porque al fin y al cabo sólo es una película.

Mantengo que Los miserables es la mejor producción del año, pero me alegro de su postergamiento, porque su triunfo hubiera propiciado una oleada de adaptaciones de musicales indigestos. La dirección que le ha valido una estatuilla a Ang Lee se condensa en la escena de La vida de Pi en que el tigre se adentra en la selva, sin girarse siquiera para lanzar una última mirada al niño que no ha sabido comerse. Esta película reduce a los tigres a la corta estatura de los iraníes de Argo.

Tras ganar su tercer Óscar, Daniel Day Lewis desaparecerá durante cinco años de las pantallas y de la actualidad. Al respecto, el mejor y más sangriento chiste de la ceremonia lo pronunció el presentador Seth McFarlane, cuando señaló que "el actor que realmente entró en la cabeza de Lincoln fue John Wilkes Booth", en referencia al asesino del presidente. Y luego se quejan de los parlamentos de los goyas. Se hizo justicia con el nada secundario Christoph Waltz, y Anne Hathaway se impone por un papel con la extensión de un videoclip pero con la intensidad de los ángeles eternos. Fabricado, en fin, con la materia de los sueños.