Por si era necesario, que lo es -habida cuenta de la cantidad y la calidad de escépticos, desde fundamentalistas a políticos de mucha influencia, que lo niegan-, un informe de la universidad de Harvard (nada menos) confirma que el temporal bárbaro de chubascos de nieve y muchísimo frío que asoló el noroeste de los Estados Unidos en el último fin de semana es una consecuencia del cambio climático. No deja de ser curioso que quien haya financiado el trabajo sea la CIA; algo que pone de manifiesto cómo hay países que están convencidos ya de que los golpes extremos del clima amenazan tanto al bienestar, la convivencia y la salud institucional como lo puedan hacer el terrorismo o, si hablamos de España, la corrupción. Con la que está cayendo en nuestro país, cuesta aceptar que es así pero ya vendrán tiempos peores en cuanto a borrascas y heladas que lo pondrán de manifiesto por más que ahora ese problema nos parezca muy menor.

El informe de Harvard subraya que, a nivel regional, la norma va a ser la falta de normas en adelante. Sequías, granizadas, inundaciones, calor y frío extremos van a componer una sucesión no ordenada que como mejor se describe es remitiéndose al caos. Así que la tarea bien difícil de predecir a plazo medio, y aun corto, el tiempo que va hacer se volverá imposible por lo caótico de los vaivenes. Los ignorantes que ejercen de líderes de según qué opinión suelen sostener, a título de sarcasmo, que vaya calentamiento global es ése que lleva a las heladas capaces de dejar los coches enterrados bajo un manto de nieve. Por supuesto que se trata de la consecuencia típica de un proceso sometido al caos.

Y ¿qué hacer, al margen de de recomendar a los gobiernos que se tomen en serio las cumbres de contención del cambio climático? Lo más lógico sería que nos acostumbrásemos a la nueva situación que ha aparecido. Si lo que llamamos una catástrofe de meteoros se presentaba ntes una vez cada siglo, el ritmo ha subido hasta un suceso en dos décadas. Terminará siendo, si los científicos de Harvard tienen razón -y es más que probable que la tengan- un fenómeno habitual en cada año y sin que haya que confiar en una sucesión ordenada de las estaciones. Quizá por eso, un empresario avispado tiene un hotel de hielo en Quebec que permite habituarse a dormir en un iglú. Cuenta la crónica del negocio que la temperatura en las habitaciones es de tres grados bajo cero, es decir, veintidós más que la que se da fuera y, por añadidura, al abrigo del viento. Nuestros ancestros, los cromañones, ya se tropezaron con esa situación hace casi cuarenta mil años, cuando entraron en Europa abandonando su refugio africano, y fueron capaces de hacer maravillas como las que aparecen en las paredes de las cuevas de Altamira, Lascaux o Chauvet. El frío les debía avivar la creatividad. Ojalá que a nosotros, al menos, nos lleve a la cordura.