El día anterior lo habíamos dejado en Lisbeth Salander, en sus 42 kilos, en el relativismo moral de los detectives, en The Wire (ese gran fresco dickensiano sobre la pobreza contemporánea) o en la supuesta fusilada de Wikipedia por parte de Houellebecq en su última novela. Postmodernidad, autoparodia, baja cultura... Elementos puntuales, tratados inteligentemente, que se colaron felizmente en las Conversaciones. Flor de un día (o de unas horas) en Formentor, pues el orden y el formato convencional se restablecieron de nuevo en las mesas redondas de ayer (no exentas de risas e ironía), que bajaron hasta los infiernos de la mano de los mitos de Orfeo y Fausto, y se echaron a la mar capitaneados por héroes como Ulises, Jonás o Ahab.

Ana María Moix propuso un repaso -más bien académico- a la concepción de infierno en las diferentes épocas. De un melancólico y sombrío Hades, la humanidad imaginó a Satán, a Lucifer y por último definió el mal como una característica inherente al ser humano. Cuando hubo de tratarse la figura del diablo en la cultura católica, la escritora, poco dada a los dogmas de fe, confesó sentirse afortunada de no haber ido a colegios religiosos. "A mis amigas les inferían el miedo. Por la mañana, sobre todo en invierno, para que las niñas se levantaran de la cama, las monjas les advertían de que el calentor del lecho se debía a que Satanás estaba debajo del colchón con un braserico, todo para que no cumplieran ese día con su deber", relata Moix. Cuando Occidente se echó a los brazos de la razón, "la idea de Lucifer perdió fuerza". Poco después llegaron Hegel y Nietzsche, y la muerte de Dios, "lo que dio paso a un nuevo orden moral en el mundo": el bien y el mal empezaron a formar parte del propio ser humano. La figura de Fausto fue abordada por el catedrático Darío Vilanueva, quien se definió "poco idóneo" para comentar la cuestión, circunstancia que también manifestaron otros participantes del festival al sentirse de ámbitos alejados a los que la organización les había propuesto debatir. Hubo un amago por parte del profesor Villanueva de probar el camino que el día anterior había tomado Ruiz Mantilla con respecto a la novela negra: esto es, negar el interés por la materia a tratar. "El asunto de la trascendencia no me interesa demasiado. Orfeo [tema abordado por Basilio Baltasar en la mesa redonda] no me produce simpatía. Tampoco me interesan el cielo y el infierno. A mí lo que me fascina es el limbo", apuntó. Sin embargo, quiso cumplir con el epígrafe del debate y sacó jugo al mito de Fausto y Mefistófeles, un binomio que utilizaron Thomas y Klaus Mann para explicar la historia de Alemania. Para Villanueva, una de las encarnaciones de Mefistófeles en la literatura hispánica es el marqués de Bradomín de Valle-Inclán.

La conversación -finalmente sin el secretario de Estado de Cultura José María Lassalle- desembocó en cómo los estudiantes están dejando de aprender la mitografía judeocristiana para incorporar la suya propia: Disney, series televisivas, Crepúsculo, quizá Lisbeth Salander. La académica Carme Riera -que preguntó a los participantes de la mesa sobre la bajada de Jesucristo a los infiernos- aseguró que algunos de sus alumnos confunden Dita (de Afrodita) con Tita Cervera o a Isabel Freyre, la amada de Garcilaso, con Isabel Preysler.

La bajada a los infiernos no está tan lejos de los esfuerzos que han de realizar héroes como Jonás, Ulises o Ahab. ¿Estar tres días en el vientre de una ballena no es acaso habitar en el averno? La segunda mesa redonda, como viene siendo habitual la más corta de las Conversaciones porque la hora de clausura siempre se echa encima, se volcó con los protagonistas de la Odisea o Moby Dick, que "en parte se echaron a la mar para descubrir el mundo y en parte porque se aburrían", observó el editor y crítico Manuel Rodríguez Rivero. "Todos ellos son navegantes y naufragan, pero el único que acaba mal es el personaje de Ahab, una prefiguración del dictador totalitario", explicó. Carme Riera dejó el mar para Manuel Vicent y optó por un náufrago de tierra adentro: don Quijote, "personaje superior a Odiseo, porque éste tiene la ayuda de los dioses, y el ingenioso hidalgo está solo, por eso inaugura la novela moderna", apuntó.

Vicent salpicó de flashes su intervención. Se refirió a la dureza del mar - "Melville y Conrad sabían de lo que hablaban, el placer de navegar es cosa de multimillonarios"- para desembocar a continuación en otro tema literario redundante, las islas, "las únicas que quedarán desiertas serán las que no tengan cobertura", bromeó. Poco después desenmascaró el mito del Mediterráneo, "que es un caos y no existe. Nuestro Mediterráneo lo inventaron los alemanes idealistas. Un Hölderlin enloquecido se inventó desde un desván ese ideal de belleza y armonía que no es cierto", comentó.

La definición de Mediterráneo la completó el conseller de Cultura Rafel Bosch, que mostró predisposición a la organización de una sexta edición de los encuentros. "Me siento orgulloso de formar parte de esa cultura precursora de la democracia que nació en el Mediterráneo, como dijo Serrat, en la que hace más de 2.000 años se podía votar. Me siento de esta cultura en la que se habla más alto, se bebe vino, se consume aceite, se charla, se ríe, se lee y se comparten sentimientos en voz alta", improvisó Bosch.

En el cóctel de despedida, se hizo balance: ¿deberían alargarse los encuentros un día más? ¿Habría que reducir el número de mesas redondas diarias? Sea como fuere, el año próximo a la literatura le espera el mismo mar, el de Formentor.