El mejor artículo de opinión es muchas veces una viñeta o incluso una fotografía elocuente. Para ilustrar el texto que sigue, concerniente al posible abandono por parte del Ayuntamiento de Palma de la Fundació Teatre del Mar, creo que sería adecuado hacer un pantallazo de la página web del Teatre Lliure, en concreto del apartado con los patrocinadores y colaboradores. Qué envidia: hay hasta 19 logos entre administraciones públicas, empresas privadas o medios de comunicación. Es un ejemplo mixto de apuesta por las artes escénicas de calidad y con vocación de servicio público, un modelo en que se inspiró nuestro sólido Teatre del Mar. ¿A qué se debe tal parrafada y resquemor? Sencillo: resulta que ahora la sala del Molinar, que en enero cumple 20 años, vive momentos inciertos sobre su futuro ante la posibilidad de perder a uno de sus patronos de naturaleza pública (efecto dominó, ¿se irían luego los demás?), en concreto el consistorio palmesano. Si bien es cierto que Cort aún no ha tomado la decisión, creo que el simple hecho de expresar la intención de dejar de formar parte de la fundación implica retirada de apoyo moral y compromiso, pese a que dicha salida no afecte, según el propio Ayuntamiento, a la inyección económica que aporta a la sala privada. "Hay voluntad de mantener la subvención, pero la cantidad dependerá del presupuesto que tengamos", aseguran. Pero las voluntades y los latiguillos políticos liberales ponen los pelos tan puntiagudos como las "mamandurrias" de Esperanza Aguirre. Ante tal declaración y avance de divorcio consistorial con el patronato de la sala, igual nos sirve esta metáfora: estar casado siempre implica mayor compromiso que ser novios. Y el Ayuntamiento lo que busca en este momento es dejar de ser esposa del Teatre del Mar para pasar a ser una ligera y voluble amante. Así, la patada en el culo siempre es más fácil de propinar. Todos lo hemos vivido. Por eso, antes de que se emancipe Cort, hay que recordar que la sala del Molinar ha llevado a cabo todo lo que la institución municipal nunca ha conseguido con el teatro: esto es, servicio público. Algo que difícilmente se cumplirá en el futuro porque el concejal del ramo no tiene un proyecto. Lo que lleva a querer convertir los teatros en un lugar donde se amontonan cosas. Total, va a dar igual gato que liebre. Programar salas municipales no es rellenar huecos o hacer teatro para todos, ese tópico tan manido que insiste en la cultura de bollería industrial.

El caso es que hasta ahora, Cort no ha cumplido con la labor de servicio público con sus teatros (¿Festival del Humor? ¿Blanca Marsillach?). Y todo por falta de gestores preparados que no deberían haber abierto dichas salas hasta que no dispusieran de un proyecto claro sobre qué hacer en ellas. Porque, ¿sabe el ciudadano qué coste diario tiene para el erario público mantener abiertos cada uno de los tres escenarios municipales? Aproximadamente 1.500 euros.

Pregunta: ¿dónde hay una actitud de compromiso ético y estético vinculada al presente y una concepción del teatro como arte? En el Teatre del Mar. Una sala privada que, como aquello de ser más papista que el Papa, tiene más vocación de servicio público que las propias administraciones. Un rol que llevan asumiendo desde hace casi 20 años. Y con logros muy significativos: el teatro, con aforo para 222 personas, cuenta con 150 abonados fijos; hace producción propia (ese pedazo Camarada K), tiene proyectos educativos y una colección editorial de dramaturgia. En definitiva, está implicado en una serie de acciones que no desarrollan nuestros teatros municipales. Si hay que elegir entre éstos y el Teatre del Mar, me quedo con el segundo. Me aporta más por menos dispendio público. No sé si me explico.