Desde que, allá por el año 1941, George Beadle y Edward Tatum enunciaron su célebre dictum, "un gen, una proteína (o una enzima)" la relación que existe entre el genotipo y el fenotipo, verdadera clave para poder llevar a cabo cualquier explicación evolutiva, ha alcanzado niveles de sutileza y complejidad que se alejan por completo de un modelo tan simple -y tan útil- como el que supuso aquella primera formulación. Las interacciones entre código genético y medio ambiente pueden llegar a ser tan sorprendentes como la indicada por los experimentos de Jenny Tung, investigadora del departamento de Genética Humana de la universidad de Chicago (Estados Unidos) y directora del equipo que ha publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences los resultados del estudio acerca de la manera como el estatus social influye en la expresión genética relacionada con el sistema inmune. Eso sucede en macacos, ciertamente, pero se trata de unos primates tan próximos a los humanos que el trabajo de Tung y colaboradores da que pensar.

Los experimentos del equipo de Jenny Tung se llevaron a cabo controlando el estatus social de macacos hembra (Macaca mulatta) en cautiverio. Una vez establecido su rango, los investigadores analizaron la regulación genética que se lleva a cabo, por ejemplo, en linfocitos y macrófagos -células sanguíneas con núcleo que intervienen de forma activa en el control inmunológico- tomando como variable el estatus social de cada sujeto. Pues bien; una vez fijado el patrón de las correlaciones existentes, los datos relativos a la expresión genética en dichas células para un animal de cualquiera de los diez grupos de macacos estudiados permitía predecir con un 80% de probabilidades de acierto su estatus social.

En realidad el trabajo de Tung y colaboradores sigue una línea de investigación cuyos fundamentos -la importancia de las condiciones de estrés para el sistema inmune- se conocen desde hace tiempo. La importancia de los resultados que han obtenido en sus experimentos tiene que ver sobre todo con la actuación a nivel molecular de ese lazo que se da entre genética y medio ambiente. Pero desde el punto de vista de quienes se interesan por los acontecimientos humanos, lo que llama la atención sobremanera es que Tung y colaboradores hayan roto en cierto modo el nudo gordiano que supone saber cuál es la causa y cuál el efecto. Podría ser que, en los macacos, el hecho de contar con unos medios genéticos favorables llevase a alcanzar de manera más fácil un rango alto en el grupo. Pero lo que sucede es lo contrario: de una forma un tanto plástica y mudable, al ganar peso en el grupo mejora la respuesta inmune. El sentido común había fijado ya un esquema muy parecido en nuestros propios grupos: Las tensiones, el estrés, la angustia, el miedo al fracaso, el sometimiento y, en suma, la falta de un nivel social cómodo, lleva a caer enfermo. Sin tener que hablar siquiera del cáncer.