­­Desde que en 1973 la mili en Melilla trastocó su propósito de dedicarse al cine y alumbró su primera novela, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ha ido alimentando un historial literario en el que ya se acumulan más de una treintena de libros, algunos de ellos títulos ineludibles, como El mal de Montano, Doctor Pasavento o Dublinesca. A ellos se añade ahora Aire de Dylan (Seix Barral), el más reciente resultado de su escritura indagatoria, uno de cuyos rasgos netamente contemporáneos consiste en subvertir los límites entre géneros, en borrar la ya de por sí demasiadas veces difusa frontera entre lo que acontece y lo que lleva firma de autor.

–El protagonista de su novela centra su vida en el fracaso. ¿Por qué el fracaso da más juego literario que el éxito?

–Se acerca más a la verdad de la vida y, además, donde hay conflicto, uno siempre se aburre menos.

–El fracaso es quizá el asunto con mayor vigencia en este momento. Eso que llaman crisis sistémica no parece otra cosa que un gran fracaso global.

–Siempre ha sido todo un caos indominable, pero antes nos engañábamos creyendo que había unas pautas y había un cierto orden guiando los acontecimientos, tipo guerra fría, rusos y norteamericanos, y tercer mundo, por ejemplo. Ahora nada de lo que ocupa la atención mediática tiene un encaje dentro de una historia mínimamente sensata. Túnez, el 15-M, la rebelión de Wall Street, Grecia, Irán. Nada está entrelazado. Nunca estuvimos tan lejos de la globalidad. Es la gran paradoja actual. La gente se mata cuando hay conflictos tribales, y esos conflictos tribales se dan tanto en Nueva York como en Sierra Leona.

–Nunca hubo tanta presencia de Vila-Matas en las librerías. Un autor de éxito indagando sobre el fracaso puede parecer una impostura.

–También indago en mi novela acerca del éxito: el secreto de éste consiste en ofender al mayor número posible de gente.

–Usted afirma que Bob Dylan es el paradigma del artista moderno. ¿En qué consiste ese paradigma?

–Los que han visto de cerca a Dylan, fuera del escenario, dicen que su rostro tiene la extraña propiedad de exhibir todas las edades y las etapas por las que han pasado todos los Dylan. Y eso que los Dylan son muchos hasta la fecha: el cantante de protesta, el mesías electrificado, un músico convertido en creyente, un poeta andrógino que revolucionó el folk, el gitano divorciado, el Oblomov que se encogía de hombros y al que nada le importaba durante los años ochenta y, finalmente, el cowboy crepuscular de hoy en día cabalgando hacia no sabemos dónde.