Desde que Svante Pääbo recuperó en 1984 el ADN mitocondrial de una momia egipcia, la reconstrucción de los materiales genéticos de los organismos fósiles se ha convertido en el santo grial de la paleontología. Estamos aún lejos de poder construir los dinosaurios que salen en las películas de Spielberg, si es que se logra hacerlo alguna vez. Pero hacia el año 2000 se habían obtenido ya los ácidos nucleicos de las mitocondrias de seres extinguidos como los tigres de dientes de sable, los quagas, los lobos marsupiales, los osos de las cavernas y los mamuts. Más tarde le llegó el turno al ADN nuclear, que es el que en verdad compone la forma de ser de cualquier organismo. Gracias al equipo que Pääbo ha ido integrando en el Max Planck de Leipzig (Alemania), en 2010 se logró la hazaña de recuperar el genoma de los neandertales.

Una cosa es saber qué elementos forman la cadena del ADN y otra muy diferente sacar un organismo completo del laboratorio. Contando con la información acerca de los nucleótidos que componen los cromosomas de un ser vivo –o desaparecido– no disponemos de material suficiente para hacer de demiurgos. Si se trata de lograr un dinosaurio, o un moa, el conocer cómo es su ADN supone sólo un primer paso. Cabe entender que si ponemos todas las piezas del coche en un saco y lo agitamos no nos va a aparecer un vehículo capaz de ponerse en marcha. Pero la metáfora es muy pobre porque los organismos vivos dependen de equilibrios aún más complejos cuyos arcanos, de momento, se nos escapan aunque es probable que antes de un quinquenio ya se haya logrado la primera bacteria artificial.

Mientras ese primer (y gigantesco) paso se da, la recuperación del ADN nos permite averiguar muchas cosas de los organismos antiguos. El último de esos episodios que llaman a nuestro espíritu más aventurero ha sido el de la obtención del genoma de Ötzi, la momia del "hombre de los hielos" aparecida en un glaciar de los Alpes en 1991. Se trata de un tirolés que murió congelado hace algo más de 5.000 años. Un numeroso equipo dirigido por Andreas Keller y Albert Zink, del instituto Bolzano (Italia), ha recuperado el ADN casi completo (el 96%) de Ötzi sacando numerosas conclusiones acerca de su origen y su modo de vida. Tenía los ojos marrones, su grupo sanguíneo era el 0 y tenía intolerancia a la lactosa –como muchos otros europeos y asiáticos. A juzgar por las particularidades de su cromosoma Y, el ligado al sexo masculino, la momia está emparentada con las gentes de Córcega y Cerdeña. Si procedía de cualquiera de esas dos islas, Ötzi recorrió un camino bien largo hasta ir a morir en los Alpes.

Algunas películas se han anticipado a Spielberg haciendo revivir a los hombres de hielo y planteando las paradojas de su presencia en el mundo actual. No creo que nunca podamos enfrentarnos a un Ötzi resucitado pero, si así sucediese, a lo mejor nos llevábamos la sorpresa de comprobar lo mucho que se parecía a cualquiera de nosotros.