Hay tantos relatos, tantas lecturas posibles y tantas referencias pertinentes –literarias, cinematográficas, incluso psicológicas– en la nueva película de Pedro Almodóvar, La piel que habito, que para el espectador quedarse con una película, que antes que una historia es un tratado, representa algo a medio camino entre un desafío y un juego intelectual. Por lo menos fue así para sus actores protagonistas.

Antonio Banderas y Elena Anaya, que ofrecen su rostro y mañas a las heterodoxas y atormentadas criaturas salidas de la cabeza del manchego, lejanamente inspiradas en la novela Tarántula (1995), de Thierry Jonquet. Ambos tuvieron que someter sus destrezas a los dictados de un director riguroso, exuberante y detallista que exige de cada actor que se convierta en una vasija en la que verter los martirios, secretos y aberrantes ambiciones con los que, a menudo, adorna sus creaciones.

Para el actor malagueño, que da vida al cirujano Robert Ledgard, este no podía ser un rodaje más. Volvía a trabajar con Almodóvar 21 años después de su último encuentro, la muy premiada Átame (1990), quizá la película que más impulsó el prestigio internacional del actor. Ahora, el sexto film de Almodóvar y Banderas juntos –además de las citadas, Laberinto de pasiones (1982), Matador (1986), La ley del deseo (1987) y Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)– reúne a dos tipos maduros en más de un sentido y que han tenido tiempo de crecer por separado haciéndose ambos un nombre propio en la cinematografía mundial. No tenía por qué ser fácil.

"La dificultad para mí estribó en que la tendencia natural de un actor cuando encuentra un personaje como este (como dicen los americanos, ´más grande que la vida´) es llevarlo a un territorio donde puedas mostrar tus zonas más histriónicas, donde puedas exhibir músculos de actor y hacer una interpretación caligulesca. Y Pedro, inmediatamente, en cuanto me vio en los ensayos, me dijo: ´No, no, no, Antonio; tenemos que agarrar el caballo y retenerlo por completo, tenemos que hacerlo de una forma más minimalista, más sutil, y que todo resulte más contenido´.

Y eso para mí fue una dificultad, no tanto por hacer lo que me pedía, que era relativamente fácil, sino por un problema ideológico: a mí me atormentaba la posibilidad de que el personaje quedase demasiado plano. Sin embargo, hubo un momento, que coincidió con el final de los ensayos y el inicio del rodaje, en el que tuve que tomar una determinación. Y decidí abandonarme en manos de la persona que respeto, que admiro y que quiero, porque ya son treinta años de trabajo, ¡y Pedro es mi amigo, joder!".

Pese a esa determinación, las dudas no abandonaron a Antonio Banderas durante el rodaje, pero asumió la decisión adoptada y actuó en consecuencia. "¿Me lo seguí planteando durante el rodaje? Sí, siempre me quedaba esa sensación de que podía resultar plano". El debate sobre cuál era el enfoque adecuado para Robert Ledgard acompañó al actor en silencio durante los tres meses de filmación y no se resolvió hasta el día del estreno en el festival de Cannes –a pesar de que no fue un rodaje complicado, "compuse mi personaje en una media de tres o cuatro tomas, no repetimos mucho", explica.

Banderas ya había visto la película en un pase previo, pero "esa primera vez fue lo mismo de siempre: sólo te ves a ti, todo el rato piensas en por qué no está la toma dos y está la tres, eres incapaz de contemplarte, no ya con relación a los otros, ni siquiera con relación a la historia.

Siempre la misma mierda –son ya 81 películas– en el primer pase", explica. La segunda vez, ya en Cannes, "estaba relajado y pude ver de verdad la película. De repente me di cuenta de que Pedro tenía razón, que había logrado que el instrumento que soy,en tanto que actor, emitiera una nota que yo no sabía que tenía". Y se quedó muy tranquilo.

"Esa es un poco la clave de trabajar con Pedro, hay que seguirle, porque te lleva por caminos que, como actor, no llegas a entender únicamente leyendo el guión". Habla ahora Elena Anaya, Vera en La piel que habito, personaje en torno al cual giran los misterios de esta película que nunca acaba de ser lo que parece. Para ella, ese traumático primer pase del que habla Banderas lo fue menos.

"Me suele costar mucho verme, la primera, la segunda, la tercera vez, porque me quedo en la crítica. A veces, no entro en la historia, me pregunto: ´¿Cómo han podido montar la película así?´, me pongo muy crítica conmigo y muy machacona y, por eso, suelo avisar y pido que no juzguen mi reacción, porque realmente me resulta muy difícil sentarme ahí y verme todo el rato. Y avisé, avisé a todos cuando llegué al pase que hizo Pedro para los actores. Pero, algo curioso, creo que solté muchas cosas que llevaba dentro desde hacía mucho tiempo, y me emocioné con lo que veía, casi desde el principio, fue una emoción muy hermosa. Disfruté mucho ese primer pase, algo que me ha ocurrido muy pocas veces", explica la actriz palentina.

"Los guiones, para mí, terminan de configurarse en la cabeza del director, y ahí no puedes acceder salvo escuchando lo que esa persona sabe y conoce de su historia. Y Pedro, en este caso, nos ha guiado por lugares muy medidos y muy concretos". Era la segunda vez que Anaya recibía la llamada de Almodóvar –interpretó a Ángela en Hable con ella (2002)–, pero esta vez, la oferta era para un papel protagonista. "Él sabe qué siente cada personaje en cada instante, cuáles son sus sueños y sus frustraciones, lo registra paso por paso. A la hora de ensayar cada una de las escenas, ves que ha hecho un profundo análisis previo, como buen autor. Después de todo, él ha escrito todas sus obras: sabe qué es lo que quiere siempre de cada uno de los actores".

Anaya tuvo menos dificultades para dar por bueno el tono que Pedro requería para su personaje porque se entregó desde el principio. "Cuando te enfrentas a un personaje así, te surgen muchísimas preguntas, dudas sobre su naturaleza o sus sentimientos. Pero yo ya tenía todas las respuestas. Las traía de los ensayos y de estar con Pedro: en la primera charla me contó la película de arriba abajo y la entendí, creo que a la perfección, o por lo menos es la sensación que yo tuve. No me ha resultado difícil ni hacer el personaje ni comprenderlo, porque he tenido un maestro a mi lado".

Antonio le da la razón en parte: "Yo podía haber hecho otro tipo de interpretación, una más espectacular, podría haber resultado en una actuación brillante que no coincidiera con la idea de Pedro sobre la película. Y ojo, cuando Pedro tiene una idea, la tiene. No deambula, no duda, es muy seguro, es increíblemente seguro. En eso no ha cambiado en nada desde los años 80, es de una certidumbre total. Se puede equivocar, claro, como todos, pero va siempre a tiro hecho".

A pesar de que la película toca de soslayo arquetipos clásicos y modernos, Anaya y Banderas coincidieron en buscar en el verismo las claves de sus sosías ficticios. El actor malagueño cree que esa es la respuesta a la pregunta que lo hostigaba durante los ensayos: "Pedro acertó, y su decisión era correcta por la definición del personaje y su relación con la psicopatía. Estamos acostumbrados a ver las noticias sobre asesinos en serie o tipos como el austriaco Joseph Fritzl, el monstruo de Amstetten: suelen ser gente elegante, atildada, que ayuda a las viejas a cruzar la calle y va a misa los domingos… Luego resulta que tiene doce personas en un refrigerador, o cosas así".

Elena Anaya también buscó una referencia apoyada en el mundo real y, casualidad o no, también la localizó en Austria, en su caso en el libro autobiográfico de Natascha Kampusch, la joven que huyó de su captor, Wolfgang Priklopil, tras ocho años de secuestro. "Hay muchas cosas de su libro que me recordaban el guión. Por ejemplo, que le afeitara la cabeza, que fuera su esclava, que la hiciera pasearse por la casa y hacer cosas… Me di cuenta de que hay más horror en la realidad de lo que un autor puede llegar a imaginarse al inventar una historia aterradora como esta".

Entre los personajes de Robert y Vera hay química en un sentido figurado pero, sobre todo, en un sentido literal: los químicos anestésicos y los tejidos artificiales con los que el cirujano Ledgard crea su obra maestra. "Podemos decir que la película trata sobre la hipocresía, la banalidad de las apariencias", añade Banderas, "pero en realidad yo creo que de lo que está hablando Pedro es de la creación y de la creación artística: la pasión es un tema muy habitual de sus películas, una pasión que llevada a un extremo se convierte en psicopatía, en este caso una pasión aberrante".

Elena Anaya va un poco más lejos y regala una flor a su compañero: "Eso es lo bueno que tiene la ficción, que ese ser abominable, egoísta y destructivo, no sé qué calificativo ponerle, un hombre feroz, es todo lo contrario que Antonio. Me hacía salir cada día de rodaje llena de cosas que él me daba, e hizo que fuera muy grato rodar una película como esta. Cada día era un disfrute". Había otro motivo de alegría para la actriz: "No sé, yo he sentido que Pedro estaba muy contento en el rodaje, muy optimista, con muy buen humor, y el humor del director es el que marca siempre la energía del equipo y del rodaje. Han sido muchos meses, y podía haber resultado un rodaje tan terrorífico como la película, pero fue una experiencia muy hermosa".

En cambio, las declaraciones de Banderas –las que han leído aquí y otras similares– han desatado especulaciones sobre un rodaje tenso, poco menos que a cara de perro. El actor menciona el asunto sin que medie pregunta: "Hay gente que va diciendo por ahí que Pedro y yo nos peleamos y que no nos habíamos entendido. No es verdad. Lo que pasa que yo no voy a rodar como si fuera a un cámping, tío. Vamos a fajarnos, eso es lo bonito. A Pedro, si hay algo que no le gusta es que los actores vengamos con una maleta llena de cosas, y entre ellas, un montón de trucos, algunos muy creíbles porque los tienes ya muy experimentados y los ejecutas muy bien. Pedro te agarra la maleta el primer día de los ensayos, abre la ventana y la manda a tomar por el saco. Él sabe, y tiene mucha razón, que lo que pasa es que duele, que la creación está en la inseguridad, en no usar lo ya sabido, está en la experimentación y en que te rompan, pero es que es muy doloroso.

De esto he hablado mucho con Laura Linney. Ella me decía que cuando te sientes muy seguro en una película, no estás trabajando, puedes pasártelo bien y creer que estás haciendo algo importante, pero es darle la vuelta a una manivela. Pedro nunca te permite hacerlo y por eso hay actores que no lo aguantan, les resulta extremadamente violento, se sienten desnudos como la primera vez que se subieron a un escenario".

El resultado es una película que también habla del cine y del trabajo con los actores. De algún modo, el cirujano Robert Ledgard es una versión fáustica del propio Almodóvar, y su creación suprema, Vera, puede interpretarse como una relectura de esa exigencia del director manchego de hallar en cada actor un contenedor vacío y maleable en el que verter cuanto el espectador irá hallando en su camino. "Mucha gente me decía estos días que Pedro ha dado un salto hacia un lugar distinto, y yo la sensación que tenía es que, después de estos 22 años, sí, efectivamente se han producido algunos cambios en él, se ha vuelto quizá más complejo, más profundo, más serio en los contenidos y mucho más minimalista, más austero en las formas. Pero en el fondo creo que es una película muy suya en un sentido muy puro: eclecticismo por un tubo, mezcla de géneros, la sensación de que estás en algo shakespeariano y de repente saltas a un folletín mexicano…, en ese rango de posibilidades se mueve Pedro. Y, de hecho, si buceas en las reacciones que está provocando la película, las cosas que se escuchan no son distintas de las que se oían cuando se estrenaban Matador o La ley del deseo…

No creo que sea premeditado, como nunca he creído que fuera premeditado en él ser un provocador. Entiende la realidad de esa manera y la expresa como la entiende, para él eso no es revolucionario ni escandaloso. Que después provoque escándalo, pues bueno, él es así. Lo que quiero decir es que esta película es más Almodóvar que Almodóvar".