La plaza era un hervidero. Eso quiere decir que estaba llena de bote en bote. La gente entraba y salía a su antojo, incordiando a los que habían acudido hasta Alcúdia para ver la función. Los novillos de Sancho Dávila propiciaron unas buenas faenas. Gracias a ellos, como principales orfebres, se pudieron cortar muchas orejas y el público lo pasó de sueño, que esto era al fin y al cabo lo que interesaba. No importaban ni los nombres de los toreros ni la procedencia de los toros. Como decimos, los ´novillitos´ dieron muchas facilidades a los espadas.

Jesulín de Ubrique, el más esperado por asuntos extrataurinos que todos saben, hizo lo que quiso con su primer novillo. En poco terreno dominó a la res, que no necesitaba mucho dominio, y armó un alboroto en los tendidos. Como mató de una estocada, las dos orejas fueron a sus manos y se desató el jolgorio entre los asistentes. Con esta explicación, podríamos dar por redactada la crónica. Todo lo demás, todo, siguió un ritmo triunfal.

Decimos que las orejas no contaban, pues ya se sabe que en tales funciones los trofeos se dan por descontado. El público va a pasarlo bien y ayer no fue una excepción.

Su hermano, Víctor Janeiro, no se quedó atrás. Gracias a la bondad del enemigo, se mostró seguro y dominador. Placeado, sí lo estuvo. No obstante, en estas ocasiones la función supone un verdadero entreno para los toreros. Después de dos pinchazos acabó cortando una oreja.

Angel Teruel, joven torero, hijo de un famoso, causó una buena sensación. Valga decir que, con tales oponentes, se puede apelar a las filigranas y a las florituras. Previa una estocada que atraviesa, dejó una de buena y paseó la oreja.

Siguiendo con la trayectoria, tan amable y tan benévola del respetable, todas las otras faenas tenían el mismo marchamo. Por consiguiente, las orejas, los aplausos, las vueltas, estuvieron, como siempre, al orden del día o de la tarde, para expresarlo mejor.

En esta clase de festejos, con un público que va a divertirse, no se exige demasiado. Tenemos que repetir que gracias al buen juego de los novillos, todo lo demás se dio por añadidura, confirmando lo que decimos de tales festejos.

Debemos añadir que la placita centenaria de Alcúdia, pese a la precariedad de algunas plazas, desde hace muchísimo tiempo abre sus puertas en unas fechas determinadas que se han comvertido en tradicionales, las Fiestas de Sant Jaume.

Desgraciadamente, como es bien sabido, las funciones taurinas no abundan. La Plaza de Palma, en un tiempo sede de la tauromaquia, permanece cerrada y sólo se abre en contadísimas ocasiones.

Para confirmar la tradición taurina de Mallorca, ahí tenemos la placita alcudiense, que ofrece la posibilidad de asistir a un festejo, aunque sea menor, pero que demuestra que la afición taurina sigue vigente en la isla. Por todo ello, decimos con agrado: laus Deo.