La primera gran final del Slam Poético de L´Antiquari tuvo eco femenino. Irene del Valle se llevó al público de calle. Su precipitado verbo, su encadenado de sílabas, sus versos rotos por silencios sin aliento la elevaron por encima de los otros cinco finalistas, Marga Pou, Max Fernández, Emili Sánchez, Tomeu Ripoll y Joan Aguiló.

El sótano del bar era hervidero. Con ligeras virutas de humo que sorteaban un aire cargado por versos de Bukowski, Memorias de un vago, de Andoni Sarriegui, poemas junco de Li Po y detalles sin resquicio de Luis Buñuel.

El duelo poético, que arrancara motores el pasado 24 de marzo a iniciativa del propietario de bar, François O´Keeffe, apoyado por Toni Rigo y Jorge Espina de El Último Jueves y Javier Vellé, de la editorial Casa Abierta, ha ido sumando adeptos conforme se han ido sucediendo los lances.

Irene del Valle ya apuntaba maneras y desde su primer albor en la contienda, que tiene escaso acervo de competencia y más de ánimo lúdico, se la ha visto crecer. En ritmo y en verso.

Caldeados por Rigo, Espina y un cierto agitador desmemoriado, Salvador Bonet, felizmente agarrado a los latiguillos aforísticos de Sarriegui, no importaba la escasez de espacio donde tomarse la birra de turno. Unos aguardaban la liza en cuclillas, otros, los puntuales, sentados, y en el fondo, el coro de animadores. Cada poeta contaba con su parroquia, sólo que las normas están claras. La puntuación más alta y la nota más se restan. Irene del Valle se llevó la palma con un 23,2.

Poeta inédita, la barcelonesa del 84 verá publicados sus versos en La Bolsa de Pipas. En la actualidad está incluida en la exposición colectiva Five Points en el Centre d´Art La Real donde caligrafía sobre los muros sus poemas.

Tras ella quedó Marga Pou, en un recitado sobre los niños de la calle de Perú. En tercer lugar del Slam, Max Fernández, que sorteó el pase a la semifinal tras una previa eliminatoria de tres poetas que habían quedado en segundo lugar en anteriores duelos verbales.

Poemas haiku, en catalán y castellano, poesía de símbolos, a fuego lento y a verso cabalgado. Desde la ventana se acodaban aquellos que ya no cabían en el sótano del bar. Les llegaba el eco lírico, entre las risas que procuraban las lecturas, los comentarios de los presentadores y el tintineo rubio entre lenguas que despertaban al verso de estos nuevos arciprestes.

Un mensajero surgió de las sombras. Llegaba una carta desde Asturias para Jorge Espina. Leída en un bable de andar por casa, provocó el estallido de las carcajadas porque entre sus líneas no había desperdicio.

Pasaba el tiempo, y de la preselección entre Max, Delfín Motos y Rafel Llobet, los cinco seleccionados apuraban cosquillas repasando poemas, aclarando la voz o, simplemente, dejando que llegara su turno.

Con libertad de lengua, ha habido alguna edición del Slam que se ha escuchado poesía en inglés de un personaje muy a lo Graham Greene, se habló en castellano y catalán, en menor dosis.

El jurado elegido entre el público y algún integrante de la organización dejaron en el encerado –a cada uno se le entrega una pizarrilla– sus graffitis junto a la puntuación. A algunos poetas les llegaban números con corazones.

Con la x de la primera gran final del Slam Poético, el próximo mes se reinicia el torneo. Los finalistas podrán volver a presentarse salvo la ganadora que ya tendrá sus poemas impresos en papel.