Lletra menuda

Actos vandálicos en el IES Can Peu Blanc de sa Pobla: de la tolerancia impune al escarmiento

Llorenç Riera

Llorenç Riera

Tiene su explicación aunque resulta imposible hallar una justificación. Por contra, se ha colmado el vaso de la tolerancia. Ya sabemos dónde estaba un límite que se desvela excesivamente generoso. Las fiestas de los quintos que ya no hacen la mili ni saben lo que fue, llevan años en Mallorca inmersas dentro de una espiral que confunde la diversión con el vandalismo. No son equiparables.

Mobiliario urbano destrozado, incursión en la propiedad privada y rápida respuesta municipal, vía brigada de limpieza y reparación, para tapar los desmanes de los niños bien malcriados.

Esta ha sido la tónica del comportamiento de las quintadas y de la reacción municipal, y también muchas veces social, ante sus fechorías. La excesiva permisividad también puede ser complicidad.

Lo ocurrido el jueves en sa Pobla, con todas las líneas rojas sobrepasadas, como se dice ahora, puede ser, debe ser, un punto de inflexión. No queda más remedio que mantener la exigencia de responsabilidades. Entre otras muchas cosas porque la buena educación, la elemental, también pasa por ahí.

Aprovechando que está en retirada como alcalde y aunque los quintos tengan ya edad de votar, a Llorenç Gelabert no le queda más remedio que mantener las exigencias y prohibiciones adoptadas bajo el efecto de su justificado enfado indignado al ver el desmantelamiento de Can Peu Blanc. Los hechos hablan por sí solos y, ante ellos, el silencio cómplice de los invasores, mancomuna el nivel de imputación y de una reprimenda que no puede ser solo verbal.

El escarmiento va dirigido a los quintos, por supuesto, pero también a unos ayuntamientos, principalmente los del Pla, que han sido demasiado complacientes con ellos.

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