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Lletra menuda | La plaga de visitantes dañinos

Cuando uno se adentra en el medio natural, en este caso la Serra de Tramuntana, provisto con mochila de discreción y respeto, regresa a casa con un mayor equipaje vital de enriquecimiento y salud personal. En cambio, si lo hace desvestido de sensibilidad, falto de civismo y tratando el espacio admirable igual que si se tratara de un campo de tiro sobre frustraciones y carencias, acaba dañando sin sentido el bien de todos, el público y el privado. ¿Qué se gana destrozando un árbol, pintando una roca o removiendo el ecosistema? Está claro que nada, solo camuflar carencias y vanidades absurdas sobre el anonimato irresponsable. El sentido común y el civismo dicen que no se debe dejar en la Serra más huella que la pisada capaz de ser borrada por el tiempo inmediato. Sin embargo, permanecen en ella rastros y cicatrices de heridas más profundas nada accidentales provocadas por gamberros disfrazados de excursionistas, ciclistas de rueda penetrante, motoristas fuera de pista y demás especies humanas invasoras. No es solo que lo denuncien los agentes de medio ambiente, con una cierta desesperación y sentimiento de trabajo estéril, los amantes de la naturaleza y de los valores etnográficos o los propietarios y trabajadores de las possessions también lo constatan a diario. Se ha pasado de la excursión normalizada y doméstica a la gran afluencia hacia el gran espectáculo natural ocasional o desconocido. Por eso la Serra se bloquea cuando nieva, deben cerrarse las Fonts Ufanes cuando brotan o vetar el paso al Salt des Freu. Dicen que es el efecto de la mentalidad urbanita, pero es posible que el diagnóstico se quede corto y pase por el desprecio a la educación elemental.

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