Casi una década de cruda crisis económica apenas ha servido para cambiar la vestimenta al fantasma, pero no su identidad real ni para neutralizar sus peligros. Sigue rigiéndose por la voracidad constructora y por los afanes especulativos.
Durante la crisis se ha puesto careta de luto en forma de precariedad laboral y estancamiento económico. Superado el trance, vuelve a mostrar su ambición devastadora y su descaro plantando cara a la dócil Administración parapetada con miedos a la indemnización y pretextos de coste bajo y argumentos menores. Las entidades ecologistas reactivan alarmas y reivindicaciones.
En términos prácticos no se ha avanzado un paso. El Consell no actualiza el Plan Territorial y los ayuntamientos se muestran timoratos a la hora de aplicar las restricciones que les ofrece la Ley de Urbanismo.
Andratx recupera con brío su condición de municipio insignia de la destrucción y de una presión urbanística que solo tiene por límite el mar en Mallorca y que ahora recala a la sombra misma de la Cartuja de Valldemossa. El Ayuntamiento debe pronunciarse el lunes sobre una modificación puntual de Son Mossènyer para preservarlo de la amenaza efectiva de treinta chalés en un solo tirón. Puede haber un antes y un después. Dicen que las amenazas y las presiones arrecian. Ni Mallorca ni sus habitantes hemos cambiado. Si acaso, lo hemos hecho a peor.
