De tan rocambolesca la historia de las bombillas es casi una leyenda en Petra. Pero fue real. En enero de 1991 el entonces president del Govern balear Gabriel Cañellas, viaja a Japón junto a los consellers Gaspar Oliver y Jaume Cladera. El objetivo, en principio, era intentar captar inversiones niponas para las islas, en unos momentos que parecían propicios justo antes de que explotara la crisis de principios de los noventa.
A las doce del mediodía de la víspera de Sant Antoni en tierras del sol naciente, la comitiva tiene el primer contacto serio con Phoenix Electrics CO, la mayor empresa nacional en la fabricación de lámparas halógenas y componentes eléctricos. Allí es cuando Minoru Nishibori, su presidente, se acerca a Cañellas y le propone un negocio tan esperanzador como raro: instalar una gran fábrica de bombillas de alta tecnología en Mallorca.
Con los ojos achinados y el compromiso bajo el brazo, el president se lo ofrece a tres municipios: Petra, Porreres y Costitx. Solo unos meses después el primero es el elegido pese a no tener polígono industrial. Los japonenes tienen prisa y no quieren tener que, encima, comprar los terrenos.
No pasa nada, el Govern adquiere a precio de industrial unos terrenos aún rústicos que posteriormente recalificará a toda prisa. La mayor parte se los vende el alcalde petrer Martí Santandreu, afín a las ideas de Cañellas. La intención es producir para el mercado español, Portugal y norte de África. Y todo ello sobre unos solares irregulares, apartados del puerto y con malas conexiones con el resto de la isla.
Después de un año de espera Nishibori contesta que todo habían sido solo intenciones, que el Govern les había interpretado mal y que la bombilla ya la encenderían en otra parte. Cañellas tuvo que reconvertir el lugar en un polígono industrial para empresarios de la zona, que de momento todavía duerme.
